El cuadro macroeconómico de la economía cubana en 2019: el efecto inflacionista del aumento de salarios en el sector presupuestado
Elías Amor Bravo, economista
Acaba de ser publicado por la Oficina Nacional de Estadística e Información de Cuba, ONEI, el cuadro macroeconómico correspondiente al año 2019, casi un año después. Tras la intervención del ministro de economía en la Asamblea Nacional del pasado 17 de diciembre ya se tenía alguna información de los principales agregados, pero hoy se pueden contrastar diversas magnitudes que ayudan a entender el estado de la economía cubana hace un año.
Se recordará que 2019 ha sido un ejercicio controvertido en el que, conforme iban avanzando los meses, la situación de la economía empeoraba. En aquel momento, se informó que la reducción de los suministros de petróleo de Venezuela, el menor crecimiento del turismo y de las exportaciones, el estancamiento de los ingresos obtenidos por la venta de servicios médicos y la acumulación de anomalías del modelo social comunista llevaron a las autoridades a reaccionar con un paquete de medidas expansivas consistentes en un alza de salarios a los trabajadores del sector presupuestado, que tuvo lugar antes del verano.
Esta decisión disparó el déficit público, generó tensiones latentes de costes unitarios al alza que repercutieron en los precios y a resultas, el gobierno decidió intervenir topando los precios en los mercados libres, generando la consabida escasez. Pero la economía cerró el año 2019 con una caída del PIB del -0,2%, un resultado mucho peor que en 2018, que tampoco fue un año de crecimiento espectacular, tan solo un 2,2% y que visto en perspectiva se antoja un éxito comparado con las cifras actuales.
Ese descenso del PIB en 2019 tuvo su correlato en un fuerte descenso de las exportaciones, que cayeron un -4,6% con respecto al año anterior, prácticamente el doble que las importaciones, con un -2,9%, haciendo que la aportación del sector externo al PIB fuera claramente negativa un año más. En cuanto al consumo final, su modesto avance de un 0,2% fue debido más a una expansión del consumo del gobierno, con un 3,9%, que al consumo privado de las familias, que experimentó una reducción de un -1,3% con respecto al año anterior. En este panorama de datos negativos, la formación bruta de capital fijo aguantó el ejercicio y creció tan solo un 0,3% apenas insuficiente para dinamizar las infraestructuras de la economía.
Otros indicadores que ilustran el momento coyuntural han sido los relativos a la gestión del presupuesto. Los gastos públicos en porcentaje sobre el PIB se elevaron hasta el 63,8% 1,7 puntos menos que el año anterior, pero todavía por encima del nivel de 2015, y los ingresos tributarios respecto del PIB llegaron al 57,5% una décima más que en 2018, pero teniendo en cuenta que la economía redujo su crecimiento, es evidente que esta recaudación tuvo un efecto adicional sobre la presión fiscal. Como consecuencia de estos niveles de ingresos y gastos, el déficit subió una décima con respecto al año anterior para quedar en el 8,2% del PIB.
La expansión fiscal en un momento de recesión de la economía es contraproducente, pero es evidente que la expansión de los salarios y las mayores compras de alimentos, entre otros, tuvieron mucho que ver con este escenario que, a su vez, se trasladó a la liquidez de la economía, que volvió a descontrolarse en 2019. En concreto, el dinero, la oferta monetaria en su definición M2 que es la más líquida, llegó a situarse en el 103,4% del PIB, superando la magnitud de este, un dato que es difícil de encontrar en otros países. Descomponiendo la M2 en sus dos agregados, el efectivo en manos del público alcanzó un récord del 57.7% del PIB en tanto que los depósitos de ahorro ordinario representaron el 45,7% del PIB. Más dinero en circulación que bancario es una clave que ayuda a entender uno de los factores del atraso de la economía cubana y la obsolescencia de su modelo social comunista.
Recesión, descontrol fiscal y monetario, hundimiento del sector externo y del consumo privado de las familias, en estas condiciones, sin duda, complejas, fue como entró la economía cubana en el escenario crítico de la pandemia, provocada por el COVID19 a partir del primer trimestre de 2020. Las tendencias que se venían presentando eran claramente negativas y se podía calificar el escenario como grave recesión, tal como explicó el ministro en la Asamblea Nacional. Un escenario en el que solo la inflación, con 1,3% en 2019 y el desempleo con una tasa del 1,3% aportaban alguna cifra positiva al escenario macroeconómico. No obstante, incluso en estos dos casos, hay que interpretar los datos con cautela. Véase el caso de la inflación.
Según la ONEI, el PIB de la economía alcanzó en 2019, en precios corrientes, un importe de 103.131 millones de pesos, con un crecimiento del 3% con respecto al año anterior. Como el PIB en precios constantes ha descendido el -0,2% descrito, de la combinación de estos dos surge el dato que el deflactor del PIB, aumentó un 3,4%.
El deflactor del PIB proporciona una medida muy útil de la inflación en una economía y se calcula como el cociente entre el PIB nominal y el PIB real lo que permite desagregar las series en sus dos componentes de precios y cantidades. Muchos analistas consideran que se trata de un índice de precios muy apropiado para medir la evolución de los precios de la economía porque para su cálculo se utilizan los precios de todos los bienes y servicios producidos en el país durante un período de tiempo, a diferencia de otros indicadores que solo recogen la evolución de los precios de una cesta de productos, como es el caso del Índice de Precios al Consumo. En el caso de la economía cubana, donde el consumo del gobierno tiene una destacada participación en el total, es recomendable usar el deflactor parea medir la inflación.
Señalar que el consumo del gobierno al que nos referimos, hace referencia al valor de los servicios de consumo colectivo prestados por el gobierno a la comunidad o a grandes secciones de la misma, y comprende principalmente los de seguridad y defensa, mantenimiento de la ley y el orden, investigación y desarrollo, entre otros. Es decir, la gestión presupuestada que recibió el incremento de los salarios en los meses del verano con su secuela inflacionista bien dibujada en las cuentas nacionales.
¿Cómo se puede medir dicho impacto? Ya se ha señalado que 2019 acabó con una inflación del 3,4% medida por el deflactor del PIB. Si se hace el mismo cálculo para el deflactor del consumo del gobierno (que representa nada más y nada menos que el 37% del consumo final) se observa que aumentó un 7% en 2019, el doble que la media, una incidencia mucho más inflacionista que el consumo privado realizado por las familias (el 73% restante) cuyo deflactor creció solo un 1,2%.
De esta comparación se deduce que las medidas de incremento salariales a los trabajadores del sector presupuestado tuvieron un efecto claramente inflacionista en el consumo final, ejerciendo una influencia mayor sobre la dinámica de los precios que el deflactor del consumo privado, que se mostró menos expansivo.
Esta es otra vía que explica las numerosas anomalías del modelo social comunista cubano. Si se analiza el deflactor del resto de variables agregadas del gasto (formación bruta de capital, exportaciones, importaciones) la variación entre 2019 y 2018 fue negativa, de modo que el consumo realizado por el gobierno (el incremento de salarios en el sector presupuestado) ha sido el motor del incremento de precios y las tensiones inflacionistas en la economía cubana.
Seguiremos analizando en próximas entradas el cuadro macroeconómico.
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