Topando precios no se corrigen las tensiones inflacionistas

Elías Amor Bravo, economista

Mal empieza el mes de diciembre, preludio de complicaciones mayores. Al final, el día 1 de diciembre no ha sido el del comienzo de la tarea ordenamiento, pero no hay motivo alguno para celebrar nada entre los habaneros. Otra vez el régimen vuelve a las andadas. El diario Tribuna de La Habana en su sitio web ha establecido los precios máximos minoristas para una serie de productos que no se contemplaron en una resolución anterior, la 126 de octubre pasado, fundamentalmente productos agropecuarios y derivados de la harina.

Desde hace semanas, los cubanos se vienen quejando de unas subidas de precios de algunos productos indispensables para la alimentación. Los medios independientes fueron los primeros en recoger estas incidencias, y ahora, cuando han pasado casi dos meses, son los diarios oficiales del régimen.

Habría que entender por qué suben los precios de determinados alimentos para después poder valorar el tipo de medidas que adopta el gobierno comunista.

La resolución del gobernador de La Habana a la que se hizo referencia, la 126 de 7 de octubre pasado, estableció precios topados para una relación de productos agropecuarios procedentes de entidades privadas, a saber, trabajadores por cuenta propia, cooperativas no agropecuarias, los participantes en mercados de oferta y demanda y carretilleros. A todos ellos, se limitó el precio máximo de venta, lo que de hecho no funcionó realmente, ya que los precios continuaron siendo altos pero el agravante fue la desaparición de los productos de los mercados. 

Es la misma historia de siempre. Un producto aumenta de precios por determinadas circunstancias, casi siempre una demanda superior a la oferta. El gobierno aplica precios máximos de venta, y el artículo desaparece de los mercados, de modo que el poco que existe se vende a precios muy superiores.

Este tipo de acciones para el control de precios está en el origen del círculo vicioso de la economía cubana desde que comenzaron, en plenas reformas revolucionarias allá por 1960, los alquileres topados, que acabaron con la expropiación de viviendas a sus legítimos dueños.  Interferir en el movimiento de oferta y demanda en el mercado es un grave error porque elimina la eficiencia con la que funciona el equilibrio de precios. 

Si se establece un precio máximo para un producto por debajo del precio de equilibrio de mercado, como han hecho las autoridades comunistas de La Habana, entonces la demanda será muy superior a la oferta, porque a ese precio los productores no podrán cubrir sus costes de producción y perderán dinero si venden, de modo que racionalmente reducirán la oferta. El régimen resuelve esta situación con sus empresas estatales, otorgándoles subsidios generosos con cargo al presupuesto estatal que incrementan los gastos y el déficit, pero con los productores privados no se ven compensados con subsidios (lo que está bien) pero se interfiere los precios topándolos, lo que es igualmente perjudicial.

¿Qué se tendría que hacer? Pues prestar atención al por qué suben los precios, en suma, ¿por qué existen esas tendencias latentes inflacionistas en la economía? La respuesta hay que buscarla en una fecha tan próxima como el verano de 2019. Fue entonces cuando Díaz Canel decidió aumentar los salarios de los trabajadores del sector presupuestado y las pensiones de jubilación, sin tener en cuenta la dinámica de la productividad.

Entonces ya advertimos que este tipo de decisiones entraña riesgos, porque incrementa los costes unitarios de producción y con ello las expectativas inflacionistas en la economía, agitadas por salarios que no se pueden incrementar de forma discrecional y menos aún con criterios populistas, porque con ello se hace daño a los agentes económicos, que es lo que ha estado padeciendo la economía cubana desde entonces.

Si a estas alzas salariales inoportunas y poco reflexivas se añaden los problemas para producir suficientes alimentos durante la pandemia, y que han ido revelando los medios oficiales con noticias relativas a arengas continuas a campesinos de Valdés Mesa o Machado Ventura para que produzcan más, se cierra el círculo vicioso que por la falta de divisas (no llegan turistas a la isla y las remesas parecen estancadas) hacen una tarea imposible comprar determinados productos en el exterior, como es el caso de la harina de trigo, cuyo precio no es que sea especialmente elevado.

Es el eterno problema castrista de producir pan. El gobernador de La Habana cree que con precios topados a los agentes económicos privados puede resolver la situación, y con ello, va a crear más problemas. Si hay que aprovisionar la economía con trigo para producir pan, galletas y demás derivados de consumo popular y demanda, algo habrá que hacer. La resolución 208 de 27 de noviembre que entra en vigor precisamente hoy 1 de diciembre, va dirigida a conseguir justo lo contrario, y ya se podrá comprobar en poco tiempo. Los habaneros se pueden ir olvidando del pan y derivados de la harina de trigo que se venden por los agentes privados, y resignarse a la cola de la libreta de racionamiento.

Se habla mucho en la Estrategia de Díaz Canel de reformas para mejorar la comercialización como un instrumento para incrementar la producción agropecuaria, pero luego, resoluciones como esta del gobernador habanero incurren en los mismos problemas de siempre. Trabar el comportamiento de los agentes económicos privados para impedir que funcionen de forma eficiente y rentable y puedan despegar. Lo curioso en este caso, es que para hacer daño, no solo incluyen harina y derivados, sino también otros productos agropecuarios que se producen en los campos cercanos a la capital, como calabaza, pepino, lechuga, acelga ajo, ají, zanahorias, remolacha, habichuela, guayaba, piña o aguacate, entre otros. ¿Alguien entiende algo?

Los datos lo dicen todo. Según las estadísticas oficiales de ONEI, la producción de harina de trigo nacional se ha hundido desde 2015 a 2019, pasando de 556.900 toneladas a poco más de 490.300 toneladas, un 12% menos. Año tras año, esta insuficiente producción se atendía con el recurso a la importación, que en 2018 último año que se dispone de información oficial, alcanzó un total de 666.696 toneladas (alrededor de 100 mil toneladas más que las producidas a nivel nacional).

Sin ese aporte del exterior, que no se puede pagar porque no hay divisas, la producción de derivados se tiene que resentir. Y así ha ocurrido, vayamos por partes, el pan lo ha hecho en un porcentaje similar, un 11,8%, la producción de galletas de sal ha disminuido un 22,8%, las galletas finas (incluye sorbetos) incluso más un descenso del 38% y las pastas alimenticias que igualmente son derivados de trigo, disminuyeron un 21,6% desde 2015. 

Caídas tan significativas de la oferta no pueden tener otro reflejo que aumentos de precios porque la demanda no desciende, sino todo lo contrario (si los sueldos aumentan es lógico que aumente el poder adquisitivo, al menos inicialmente).. La moraleja es simple, si no hay trigo nacional suficiente, hay que traerlo de fuera. Y detrás del trigo y del pan, va el resto de productos. Parece mentira que los dirigentes comunistas cubanos sepan tan poco de historia. Las principales revueltas contra regímenes tiránicos se produjeron por elevaciones del precio del pan. Topando precios lo evitan, pero la gente también puede estallar por la falta de productos.

 

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