Con la caña no se juega

Elías Amor Bravo economista

El daño antropológico causado a los cubanos por el comunismo ha destruido la caña de azúcar. Parece que hubiera que enseñar a los cubanos a cultivar y hacer crecer la caña de azúcar. Como si se hubiera borrado de la historia una gestión del conocimiento de siglos. Los cubanos de 2023 parecen haber olvidado de donde vienen. Los comunistas han logrado este objetivo.

Solo así se puede entender que, desde la prensa oficial, se explique que “hoy existen alternativas que pueden explotarse mejor (en referencia a la caña de azúcar) siempre, claro está, en función de resultados y buscando productividad: dígase, por ejemplo, la creación de colectivos laborales”. Ni agua con aceite. Ir a buscar la solución de la caña a los colectivos laborales da una idea de lo perdidos que están los comunistas.

Pero vayamos al núcleo de la historia. La producción de caña de azúcar cayó en picado a comienzos de este siglo cuando Fidel Castro, en un alarde inimaginable de imprudencia, decidió que Cuba tenía que abandonar la producción azucarera porque ya no era rentable. Y con enormes costes económicos y sociales, cerró centrales, abandonó los campos al marabú y envió a miles de trabajadores del sector cañero a campos de reducación, entre otras medidas.

Todo para que otros países, como Brasil o India, atentos a las cifras cubanas, ocuparan el hueco de mercado que dejaba la Isla a nivel mundial. La historia desde entonces es bien conocida. Medidas y más medidas, han llegado a publicar las “93”, pero seguro que hay muchas más, no han servido para recuperar a la industria azucarera cubana. La última zafra registró uno de los peores resultados de la historia, y la que viene anda más o menos igual, rondando las 300.000 toneladas de 1898 en plena guerra por la independencia.

El régimen quiere hacer creer que la caña se puede recuperar con medidas y líneas estratégicas. Pero ello no es así. Como sucede en otros muchos ámbitos de la economía, los comunistas cubanos empiezan la casa por el tejado, y no se preocupan de los cimientos. Consecuencia, la casa se cae. De nada sirve promocionar el funcionamiento de las empresas agroindustriales azucareras del país, si los campos de caña siguen afectados por el abandono y el marabú. 

La caña no crece en el abandono, ni en la desidia, el desorden o la falta de atenciones. Hay que dedicar a este cultivo cariño, atención, esfuerzo y conocimiento. Y esto solo lo puede hacer alguien que se siente motivado con su campo de caña. Y si, con el campo de caña de su propiedad, al que mejora para su propio beneficio, y no el de un estado que mañana se puede incautar o expropiar de esa tierra. Con esa amenaza, y sin un marco jurídico respetable a los derechos de propiedad de la tierra de cultivo, va a ser muy difícil producir más caña y aumentar los rendimientos. El modelo colectivista fracasó.

Esto significa que la necesaria motivación y compromiso con la actividad, no puede surgir de forma espontánea, sino que tiene que estar arraigada en sólidas bases de propiedad y  empresariales, que desplieguen una gestión eficiente, orientada a la rentabilidad y el beneficio, para retribuir a los verdaderos titulares de la tierra. 

Ese cambio en el modelo debería conducir a una explotación más eficiente, al aumento de las productividades, al crecimiento de las inversiones en mejora de suelos, plantas y otros subproductos de la caña, a una mejora de la cualificación de los trabajadores con sueldos mayores, en definitiva, a un ciclo virtuoso completamente distinto al agujero negro en que se encuentra el sector. Todo este proceso tendría lugar sin necesidad de la presencia dominante y hegemónica de una injerencista Azcuba, que pone sus intereses burocráticos y políticos, por delante de los de los productores.

Machado Ventura apuntó alguna idea al respecto, sin entrar directamente en los derechos de propiedad. Y cito textualmente lo que dijo en una visita a Oriente, “Hay que buscar caña. Hay que hacer un diagnóstico minucioso que no es a modo general, es campo a campo. La única manera de revertir la situación es tener claridad de lo que necesita cada cañaveral. Tenemos que reconocer que ha habido desatención de la caña, y si no resolvemos esos problemas, no podemos pensar en el éxito ni de esta ni de las zafras por venir”.

Esa es la idea: tan solo campo a campo, cañaveral a cañaveral, es como se puede volver a producir caña, como se hacía antes, y para ello, tienen que estar muy bien definidos esos campos y cañaverales en términos jurídicos para que cada uno sepa lo que es suyo, y hasta donde debe llegar con su motivación y esfuerzo para recibir la merecida recompensa. No es solo una mejora de la gestión efectiva de las plantaciones. La idea es trasladar la responsabilidad de las plantaciones a sus titulares: una vez más, la tierra para quien la trabaja. Soluciones de este tipo permitieron a Vietnam superar sus hambrunas cíclicas y convertirse en una potencia exportadora de arroz.

Los comunistas atribuyen los problemas de la caña, al igual que la agricultura en general, a las carencias de fertilizantes, combustible, maquinaria, componentes y piezas de repuesto, pero por algún motivo dicen que no es posible “parapetarse tras las carencias dejando de hacer” determinadas cosas. Y en ese sentido, señalan que la agroindustria azucarera “se beneficia no solo con las medidas propias del sector, sino con las aprobadas también para el sector agrícola”. Lo cual no es cierto, y no se verifica, viendo que ni las unas ni las otras han dado resultados y que el sector agropecuario en su conjunto se encuentra inmerso en una grave crisis estructural que exige un cambio de modelo.  

¿Quién mejor puede preparar la contienda azucarera que el propietario de la tierra con sus equipos? ¿Quién conoce mejor que nadie su campo, su cañaveral y se emplea a fondo para resolver todas sus carencias a cambio de una recompensa? Mientras que los comunistas pierden tiempo en tareas burocráticas, como la evaluación y redimensionamiento del fondo de tierra desde las empresas hasta las bases productivas con criterios estatales e injerencistas, los emprendedores de la tierra no se dedican a actividades improductivas, concentran sus esfuerzos en la productividad y competitividad. Lo privado gestiona mejor que lo estatal, eso es una evidencia, pero dicha situación no ocurre espontáneamente, sino que tiene su explicación en la estructura de derechos de propiedad: lo colectivo no funciona, lo privado, si.

Lo privado supone trabajo duro, esfuerzo de mucha gente valiosa y comprometida que sabe que en la caña le va la vida a la zafra, empuje para asumir riesgos allí donde sea necesario, y en definitiva poner los pies en el surco todos los días. La alternativa es el aburrido colectivismo en el que nadie sabe qué tiene que hacer ni por qué.

Los comunistas proponen la creación de colectivos laborales, cuyo objetivo es fijar un incentivo salarial notable, o también conceder subsidios para promover la limpieza y preparación de áreas, ya sea de forma manual o con tracción animal. Y para no dejar de lado la tesis doctoral de Díaz Canel, proponen también que ciencia e innovación pasen a formar parte de la actividad de los productores. Estas recetas parece que están en la agenda del régimen y piensan que pueden obtener resultados, de corto y medio plazo para lograr la recuperación cañera. Es decir, construir la casa empezando por el tejado no es solución. La tierra es de quien la trabaja. En el caso de la caña no puede haber mejor ejemplo.

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