Innovación y creatividad en las empresas: lo que realmente hace falta
Elias Amor Bravo, economista
Los cubanos están hartos de lo mismo de siempre. Sus dirigentes presumen de tener claros los retos a conseguir en materia económica. Y Díaz Canel los citó en una reunión de trabajo con directivos y especialistas del ministerio de industria alimentaria, a la que hizo referencia Granma.
Entonces viene la pregunta ¿por qué no
se consiguen? ¿qué factores impiden a los dirigentes del régimen comunista cubano “buscar
soluciones propias, lograr encadenamientos más eficientes y aprovechar
potencialidades en los territorios”?
Desde luego, de lo que pueden estar convencidos es
que no lo lograrán con “cada vez más ciencia e innovación”. Esa es una
majadería que se le ha ocurrido a Díaz Canel para cambiar el foco del discurso,
pero que nadie se engañe, los instrumentos, medios y soluciones se encuentran
mucho más cerca y al alcance de la mano, lo único que se tiene que hacer es
despojarse de ataduras ideológicas inservibles que actúan como un bloqueo
interno de la economía..
El argumento de la “ciencia e innovación de Diaz
Canel” sostiene que “desarrollar capacidades tecnológicas propias sirve para
consolidar nuestra soberanía”, pero este enfoque, siendo correcto, está más
orientado para atender las necesidades del largo plazo, digamos el horizonte
temporal superior a diez años, y Cuba no está para andar perdiendo el tiempo.
Los economistas han estudiado bien los factores de
los que depende el crecimiento de una economía a largo plazo, y realmente, los
dos se encuentran en Cuba en una situación nada favorable. Uno de ellos, es
precisamente el factor tecnológico que Díaz Canel ha convertido en centro de su
discurso desde su tesis doctoral; el segundo es la población, que en el caso de
Cuba tampoco presenta una tendencia positiva a largo plazo.
Pero es que, además, la economía cubana se encuentra
colapsada a corto plazo por culpa de la convergencia de los efectos
devastadores de la pandemia del COVID-19 y la aplicación de la Tarea
Ordenamiento, una política económica mal diseñada e implementada que está
agrandando los efectos negativos de la pandemia.
Sin opciones para el corto o el largo plazo, los
márgenes son muy limitados, inexistentes, exigiendo decisiones valientes que
eviten andar dando vueltas a escenarios improbables que, en todo caso,
dependerán del éxito que se tenga en el presente.
Por supuesto que se necesita un sector de bienes y
servicios innovador, y nadie tiene la menor duda de la creatividad y la
imaginación de los cubanos, plasmada en aquella instantánea memorable de
balseros que huían en Cuba en un “camión balsa”. Los cubanos han sido
innovadores, a pesar de la oscura tenacidad del castrismo comunista por impedir
la creatividad y la libertad.
Demasiados años aplastando el espíritu creativo o
poniéndolo al servicio de la ideología de la revolución, que ahora, los
mensajes de Díaz Canel suenan a cocos vacíos que tratan de girar el foco de los
problemas que tiene la economía en la actualidad. Pero no lo debe conseguir, no
se debe permitir que desoriente a los cubanos de este modo. La ciencia puede
ser la solución de problemas claves del desarrollo del país, pero antes, hay
que hacer muchas cosas relacionadas con la ciencia, que no existen en la
actualidad.
Por ejemplo, la interconexión entre el sector del
conocimiento, el ramo productivo de bienes y servicios, y los territorios,
precisa mucho más que “el acompañamiento permanente de los cuadros”. De hecho a
diferencia de lo que opinan Díaz Canel o Marrero sobre estos factores, esos
cuadros no son necesarios para nada. Precisamente, lo que se necesita es menos
cuadros que intervengan y controlen los procesos y dejar más espacio de libertad para los innovadores.
El liderazgo de la innovación rara vez se encuentra
en la cúpula jerárquica de las organizaciones, donde los principios de
supervivencia van por otros lados, generalmente, el conservadurismo, la
obediencia y la estabilidad para no perder privilegios del cargo. Mientras que
no se sitúe la relevancia de la innovación en esos profesionales de tipo medio,
verdaderos “revolucionarios” en las ideas, comportamientos y pensamiento, poco
habrá que hacer para innovar más dentro de las empresas.
Esos agentes impulsores de la innovación deben tener
una recompensa económica y motivacional para hacerlo, y esto debe surgir de
dentro de las organizaciones productivas, con la máxima flexibilidad posible y
sin la necesidad de injerencias estatales. Los innovadores deben tener todo
tipo de facilidades para conectar con el mundo de la ciencia y la investigación,
libertad de pensamiento y creación, posibilidades de viajar y conectar con
otros, y se deben establecer mecanismos adecuados para el trasvase de los
descubrimientos al ámbito de la empresa, pero todo ello, sin que el estado
intervenga en estos procesos.
Producir alimentos es una tarea de las empresas que
deben contar con los medios necesarios para ello, plantillas cualificadas,
recursos económicos y financieros, apoyo para la solvencia y libertad para
actuar en sus procedimientos sin las intervenciones de la planificación. Y si las
empresas estatales son ineficientes en vez de cerrarlas, deben ser privatizadas.
Hay que poner fin al proceso de destrucción de
empresas que entre 2015 y 2019 ha supuesto que un 8% de las existentes en 2015
hayan desaparecido, más de 200 en términos absolutos. Las empresas privadas tienen mucha más
capacidad para desarrollar las capacidades tecnológicas porque están orientadas
por el móvil de la rentabilidad y el beneficio, lo que supone incrementar la
productividad y eficiencia.
Las empresas privadas no necesitan, como dice Díaz
Canel, “acompañar su gestión con una mayor formación doctoral, lo cual
permitirá disponer de un sistema empresarial más robusto desde el conocimiento”.
No es cierto que la existencia de académicos en las empresas sea una solución
para la competitividad, porque el pensamiento innovador y la capacidad para
desarrollar nuevas tecnologías, se encuentra mucho más arraigada dentro de las
estructuras de recursos humanos que en el vínculo con los doctores.
Que Díaz Canel haya obtenido su doctorado está bien,
y no se le puede cuestionar por ello, salvo hacerlo desde el cargo de
presidente. Pero lo que no puede pretender es que todo el mundo entre el la
carrera por los doctorados, porque eso no es sostenible ni tampoco es lo que
necesita actualmente Cuba. El caso concreto de la Corporación Cuba Ron, donde
la formación de doctores y másteres ha devenido sistema de trabajo vital para
fomentar sus producciones y dotarlas de mayor calidad, es excepcional y no
parece que tenga continuidad en el tejido productivo del país.
Es lo mismo que defender los nuevos consejos técnicos
asesores, que según Díaz Canel son “eslabones esenciales para aportar y sugerir
temas de investigación o soluciones a problemas concretos” pero que no vienen
más que a burocratizar los procesos de decisión de las organizaciones, con su
secuela negativa.
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