¿Subsidios, si, subsidios, no? He aquí el dilema
Elías Amor Bravo, economista
Es lo mismo que autorizar ahora, y por qué no antes
al ejercicio del trabajo por cuenta propia en 2.000 especialidades Pues bien,
esto es lo que ocurre con los subsidios. La diferencia es que este asunto forma
parte de la Tarea Ordenamiento y lleva vías de convertirse en uno de los principales
problemas del país. Con sus tiras y afloja el gobierno traslada más incertidumbre a una sociedad que vive angustiada por los impactos de la Tarea Ordenamiento, por cierto, una política económica impuesta.
Con los subsidios, el régimen comunista va dando
palos al aire como el niño que golpea una piñata de cumpleaños, pero sin acertar. Por un lado, se
afirma que han de ser suprimidos los subsidios que recaen sobre los productos y
que se consideran excesivos. De otro lado, se anuncia que el Presupuesto de
2021 destina 18,000 millones de CUP para financiar las empresas que obtengan
pérdidas como resultado del proceso de devaluación, bajo el principio de no
subsidiar ineficiencias, ni que estas se trasladen a los precios.
¿Qué mayor ineficiencia empresarial puede haber que no poder hacer
frente a una devaluación? Las empresas inviables y mal gestionadas lo son, independientemente de subsidios o ayudas. Que se lo pregunten a cualquier alumno de primer
curso de economía, que les dará la respuesta. En este blog ya lo hemos hecho en
infinitas ocasiones. O sea que por un lado, hay que eliminar los subsidios y
gratuidades, y por otro, se mantienen en el presupuesto por lo que pueda
ocurrir.
Y después, las autoridades salen con el mensaje de que a partir de la
Tarea Ordenamiento las personas podrán “destinar sus ingresos a lo que
necesitan y no a lo que les dan; establecerán prioridades; las entidades
tendrán que incrementar, necesariamente, la calidad de sus producciones”.
Pregunto, ¿de qué manual de liberalismo económico han sacado esta frase?
El origen de los subsidios en la economía comunista
de Cuba arranca de los primeros años de la llamada revolución, cuando se decidió nacionalizar todos los factores de producción y se puso en funcionamiento la
todopoderosa JUCEPLAN, bajo la presidencia, ¿quién lo iba a decir? de Fidel
Castro.
En aquellos años se consumaron decisiones políticas e
ideológicas (como la denominada recaudación no tributaria que extrae el régimen del plus valor de sus empresas)
que arrastraron a estas, que antes habían sido altamente competitivas, a estructuras
hinchadas de empleo y baja productividad, costes elevados, falta de inversiones
en tecnología y excesiva dependencia del exterior, que en cuestión de un lustro
las convirtieron en entidades sin personalidad, sin rumbo, insolventes.
De hecho, sus antiguos propietarios, en el exilio, intentaron
sacar proyectos similares adelante (muchos lo consiguieron) en tanto que las
empresas cubanas, todas estatales, bajo la dirección comunista revolucionaria, se
iban convirtiendo en páramos de ineficacia e improductividad que requerían subsidios
del presupuesto del estado para poder ofrecer sus productos y servicios a
precios bajos.
Desde entonces, las empresas estatales cubanas se
acostumbraron al subsidio, porque no existía el interés, la motivación o el
ánimo de beneficio, que esté en el origen de la competitividad precio. Y con ese
bagaje el régimen comunista decidió implantar la Tarea Ordenamiento creyendo que los subsidios
se pueden quitar sin más. O al menos, mantenerlos en una lista de productos que
representarían una transición hasta que finalmente se establecieran sobre las
personas. La cuestión es mantener los subsidios, aunque luego lanzan los
mensajes, cara a la galería, de que los van a eliminar.
Los subsidios en Cuba desempeñan un papel fundamental en los
productos que integran la canasta normada, la obsoleta libreta de racionamiento,
cada vez más menguada en cantidad y calidad, e integra arroz, frijoles, azúcar,
pollo, otros cárnicos normados y regulados, servicios básicos de electricidad,
gas, agua y telefonía básica. Los dirigentes creen que ahora, ¿por qué no
antes? el presupuesto no puede seguir manteniendo esos subsidios y os que se destinan a la exportación y otras ramas de la economía.
¿Qué ha cambiado para justificar decisiones de este calibre que
pueden llevarse por delante a más de una empresa ineficiente? Pues varias cosas,
todas ellas muy importantes.
Primero, el déficit del presupuesto, elevado a un 20%
del PIB como consecuencia de la expansión de gastos corrientes para financiar
aumentos de salarios y pensiones, y algunos de estos subsidios y gratuidades.
No es sostenible un nivel de endeudamiento de esa magnitud y llegó el momento
de reducir el empleo estatal, los subsidios y todo lo que se pueda. Incluso
hasta los “logros de la revolución” tendrán su ajuste, porque las inversiones
ya se sabe, ni están ni se esperan. Solo
hoteles, y desde diciembre, dejan que los extranjeros sean dueños de los
hoteles que construyan.
Segundo, una profunda insatisfacción de amplios
sectores de la población, sobre todo, los que reciben más bajos ingresos y no
tienen acceso a los dólares con los que se consigue de todo en las tiendas en
MLC, con los niveles de la canasta normada y el alcance de los subsidios, lo
que no evita tener que acudir a los mercados a comprar alimentos a precios
astronómicos.
Tercero, el reconocimiento de que los subsidios destinados a las empresas son excesivos y que toca adoptar decisiones estratégicas para su reducción. Se cree que la eliminación de la dualidad monetaria puede ayudar a eliminar trabas y obstáculos, al tiempo que se mejora la medición de los costes de producción.
La cuestión en este punto no es que
los subsidios sean excesivos, es que la detracción de ingresos que realiza el
estado de las empresas (y que se compensa con los subsidios) ha experimentado
un continuo declive en los últimos años, de modo que el saldo de ingresos netos
de subsidios se ha reducido muy rápido obligando al régimen a buscar nuevas fuentes
tributarias, como los trabajadores por cuenta propia.
De modo que el escenario de la Tarea Ordenamiento,
con el impacto directo de la devaluación del CUP en el sector empresarial sobre
los precios relativos, ha obligado al gobierno a destinar 48.530 millones de
pesos para financiar diferentes conceptos de subsidio y otras transferencias, entre las
cuales figuran precios minoristas subsidiados, subsidio temporal al precio de
acopio al productor, así como subvenciones a las unidades presupuestadas con
tratamiento especial y a las organizaciones y asociaciones. La Tarea Ordenamiento
sale cara, muy cara.
Dicen que el objetivo es proteger a la población del
efecto de la devaluación, pero la inflación general ya se ha desatado apenas un
mes después de comenzar las políticas, y
no parece que se tranquilice a la población con el eterno mensaje de “vocación
social y humanista” del presupuesto.
El cambio de los subsidios de las empresas a las
personas plantea riesgos para su ejecución. Las autoridades creen que ese nuevo
diseño permitirá que el esfuerzo realizado por el presupuesto regrese a la
economía en forma de mayor poder de compra de los salarios de los trabajadores.
Eso es dudoso. Mientras los comunistas
cubanos sigan creyendo que los aumentos de salarios independientes de la productividad
pueden servir para algo, están equivocados.
Se puede pensar en un ejemplo sencillo. Si el importe de la canasta normada, 3.529 millones de CUP, se repartiera entre todos los cubanos, la magnitud real en términos de poder adquisitivo, 320 CUP año por persona, sería tan escasa, que apenas duraría unas tres semanas.
No es la solución. Lo que se necesita en la economía cubana es aumentar la productividad de las empresas, para asegurar incrementos de beneficios y salarios, que faciliten la realización de inversiones que contribuyan a mejorar la eficiencia, y a partir de ahí, más salarios y beneficios. Pasar de la rueda viciosa de los subsidios actual, a la virtuosa de la productividad requiere un nuevo marco jurídico para el respeto de los derechos de propiedad, es decir, en vez de cerrar y liquidar empresas estatales insolventes, el régimen debería pensar en privatizar esas empresas y dejar su gestión en manos privadas.
¿Por qué no prueban el cambio? Húngaros, checos y eslovacos
lo hicieron y les fue muy bien. Cuando se trata de una economía, la cuestión es
hacer lo que se necesita y no lo que impone la ideología.
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