En torno al 60º aniversario de ANAP

Elías Amor Bravo, economista

La Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, ANAP va camino de su 60 aniversario y, sin embargo, todavía sigue buscando mejorar la producción agrícola en Cuba. Lo dice un artículo publicado en Cubadebate. Con 60 años de existencia parece que una organización de estas características debería haber tenido tiempo más que suficiente para saber cómo hacer las cosas. Parece que no. Y ya no es una cuestión de la crisis provocada por la pandemia, el embargo o bloqueo, o vaya usted a saber qué. 

Lograr que la producción agropecuaria aumente en Cuba es una loable tarea, pero lo que ANAP tiene que tener claro es que ese objetivo no será posible con un modelo social comunista dirigiendo los destinos de la nación. O planta cara con firmeza a los dirigentes del régimen, o necesitarán otros 60 años para aumentar la producción agraria.

Entrando en materia, apartar a los agricultores de la propiedad de la tierra es un grave error que paga sus consecuencias en forma de menor productividad. No se trata de crear una economía de latifundios, como dijo Murillo no hace mucho tiempo, sino de consolidar las estructuras de la propiedad en el sector agropecuario para que los titulares de las explotaciones puedan decidir con libertad qué quieren producir, en qué superficie, con qué costes y a qué precios vender.

El intervencionismo monopólico del estado en la agricultura cubana ha sido una política desastrosa desde la creación del inra, que ha impedido al sector campesino contribuir al desarrollo de la economía, a pesar de que concentra un 18% de la población ocupada. A pesar de los esfuerzos, del trabajo diario e incluso la ilusión, el campo cubano no da, es improductivo, y el control que ejerce el estado de todas las fases del proceso productivo, impide un desempeño eficiente.

Y aquí es donde entra ANAP. Se supone que una organización de defensa de los agricultores agrupados en la misma tiene que defender sus intereses frente a las injerencias del estado. No tiene sentido ni justificación si no consigue tales objetivos. Conviene tener en cuenta que no hay muchas asociaciones sectoriales autorizadas por el régimen comunista en Cuba. A diferencia de lo que ocurre en otros países, donde las empresas se agrupan en defensa de sus intereses, en Cuba es impracticable. ANAP es un caso excepcional.

Por ello, ANAP no debe ser un instrumento al servicio del gobierno para falsear una colaboración que es inexistente, sino que debería estar atenta a las necesidades de sus socios, las prioridades económicas y el efecto positivo o negativo de las políticas del gobierno.

A nadie se le oculta, por ejemplo, que ni la Tarea Ordenamiento ni la Estrategia económica y social aportan algo positivo para el sector agropecuario cubano, salvo los eternos llamamientos y arengas de los dirigentes a producir más, eso sí, sin facilitar que se consiga tal objetivo. Más bien lo contrario, ANAP ha tenido que soportar en silencio que el régimen comunista acuse de ilegalidades y fraude en los precios a los agricultores cuya única reacción ha sido no aceptar los precios topados que acaban provocando su descapitalización y crisis.

Sinceramente, en las actuales condiciones de crisis alimentaria en que se encuentra Cuba, no tiene mucho sentido concentrar las prioridades de ANAP en el mejoramiento de las cooperativas y el apoyo a la comunidad, el fortalecimiento de la vigilancia campesina y el enfrentamiento al delito. Sin restar importancia a las cooperativas, que deberían estar organizadas con un enfoque más emprendedor y menos burocrático, por esa vía no se va a conseguir aumento alguno de la producción de alimentos, de las exportaciones y la sustitución de importaciones que deberían ser los objetivos para presionar al régimen.

Los hitos presentados por la Asociación, como la campaña de siembra tabacalera o los cortes de caña de las áreas del sector con vista a la actual zafra azucarera, no van a resolver el problema de la comida, sino todo lo contrario. El tabaco interesa al régimen por sus exportaciones, y la caña, después de haber sido destruida por Fidel Castro a comienzos de este siglo, ha acabado siendo un sector residual que eso sí, paga los mejores salarios de la economía. Son muchos los que piensan que habría que estar pensando en cómo producir más boniatos, malanga, papa o cualquiera de los alimentos que configuran la dieta diaria, y tener bien claro que si los recursos existentes se canalizan a otras producciones, los alimentos no llegarán a los mercados.

Incluso, que ANAP tome posición con respecto al autoabastecimiento local, lejos de dar la necesaria profesionalidad al sector, lo convierte en una actividad de patios caseros y de tiestos, que en un país con tanta tierra disponible amasada por el único latifundista que existe, el estado, provoca lástima. ANAP debería tener una firme posición crítica hacia el autoabastecimiento local ya que lejos de aportar los alimentos que necesita la población, ha generado no pocos problemas, a pesar de contar con el apoyo ideológico entusiasta de las organizaciones comunistas locales.

De modo que entre el recorrido por el territorio nacional de la Bandera 60 Aniversario de la constitución de la ANAP o los denominados incentivos morales, entre los que se encuentran la entrega de sellos a campesinos y estructuras destacadas o el reconocimiento a las provincias con mejores resultados, el sector agropecuario cubano languidece, continua produciendo menos de lo que necesita la población, con el agravante de que ahora no se puede recurrir a las importaciones, porque las divisas no están. El papel de ANAP debería ser crítico hacia el régimen y el gobierno, si realmente quiere defender a los agricultores.


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