Biden revisa la política de Estados Unidos a Cuba
Elías Amor Bravo, economista
Los medios se han hecho eco de una noticia que al parecer está comprobada. Biden anuncia su disposición a cambiar la política de Estados Unidos hacia Cuba. El anuncio se ha hecho con transparencia, a través de la portavoz de prensa de la Casa Blanca, y tiene lugar cuando apenas han transcurrido diez días desde la toma de posesión de la presidencia.
Además, surge precisamente después que un ministro de cultura bravucón e impresentable se lance a golpes contra manifestantes y opositores pacíficos. Las imágenes, grabadas gracias a los móviles, han dado la vuelta al mundo provocando el rechazo de todos los demócratas.
Además, el movimiento de Biden se produce poco después de haber recibido peticiones expresas de miembros de su partido en el mismo sentido, y parece que va a ir en una línea distinta a la del presidente Trump, que precisamente anunció en los últimos días de su mandato la incorporación del régimen comunista a una lista de países terroristas.
La Habana protestó airadamente contra dicha decisión, y todo parece indicar que el movimiento planeado por Biden va en esa línea. Y lo cierto es que una cosa es meter o sacar a Cuba de un grupo de terror internacional, y otra bien distinta es abrir de par en par el grifo para que la corriente de dólares, que esperan durante tanto tiempo, los comunistas castristas y sus aliados empresariales, llegue de Estados Unidos en tromba.
No parece que este vaya a ser el sentido del cambio de la política anunciada por Biden, y en todo caso, si lo fuera, estamos en condiciones de afirmar que se trata de un gran error que volvería a situar a Estados Unidos en el lado equivocado del contencioso. Además, tiene poco sentido para Biden empezar su mandato haciendo seguidismo de la política de su predecesor demócrata, Obama, pese a haber sido vicepresidente en la misma. Lo normal es que La Casa Blanca imprima carácter y personalidad a sus ocupantes, y con Biden no tiene por qué ser diferente.
De lo dicho en la rueda informativa a los medios por la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, no hay motivos para pensar en un giro de 180º en la política.
Básicamente, porque los principios de la política están bien definidos.
El primero, “el apoyo a la democracia y los derechos humanos estará en el centro de todos nuestros esfuerzos”. Este mensaje causa tranquilidad, ya que en estos indicadores Cuba cotiza en los peores resultados del mundo, según diversos informes internacionales.
El segundo principio es algo más críptico, pero igualmente impecable. “Los estadounidenses, especialmente los cubano-estadounidenses, son los mejores embajadores de la libertad en Cuba”.
Nadie puede estar en contra de estos dos principios, de modo que el aliento a la iniciativa podría estar asegurado. Sin embargo, la secretaria Psaki añadió una frase de cierre que arroja sombras de duda y, desde luego, una gran incertidumbre respecto al rumbo de la política, al decir “Así que revisaremos las políticas de la Administración Trump”.
Insisto. Que La Habana entre o salga de una relación de terroristas es un asunto que permite al régimen comunista atacar con su propaganda oficial día si, y otro también, a Estados Unidos, alimentando un lenguaje cavernícola y de mal gusto, como los golpes vejatorios lanzados por el ministro de cultura comunista contra pacíficos opositores demócratas. En todo caso, entiendo que deben existir pruebas más que suficientes para incluir a Cuba entre los países que “proporcionan reiteradamente apoyo a actos de terrorismo internacional al garantizar puerto seguro a los terroristas”.
Estados Unidos es una democracia en la que se respeta la división de poderes y donde se mantiene la presunción de inocencia, algo que en Cuba comunista dista mucho de ser real. Por lo tanto, si la isla entró a formar parte de la lista de países terroristas en 1982 junto a otros como Siria, Irán y Corea del Norte, pues tal vez no ha hecho méritos suficientes para dejarla, a pesar que Obama la excluyó en su política de buena voluntad en mayo de 2015.
En realidad La Habana no se benefició de tal decisión, porque con petróleo venezolano abundante, no tenía el menor interés de profundizar sus relaciones con Washington, si bien, algunos analistas y observadores interpretaron la decisión de Obama como un gesto importante dirigido a reconstruir las relaciones entre los dos países. Y de pronto, llegó Trump, y todo cambió.
Llevo muchos años escuchando, desde Europa, argumentos a favor y en contra del embargo que el régimen castrista dice que Estados Unidos aplica a la isla. De un lado, están los que dicen que el embargo no ha funcionado porque la isla comercia y recibe inversiones libremente con 192 países del mundo, incluido Estados Unidos del que recibe las remesas vitales para la economía nacional. Tienen razón, pero habría que preguntarse que habría ocurrido en Cuba realmente si ese escenario en el que los dos países mantienen el contencioso abierto desde 1961 no se hubiera producido. Cuesta imaginar qué dinámica habría tenido el régimen comunista cubano.
De otro lado, se critica el embargo por su escasa influencia en el logro del respeto a la libertad, la democracia y los derechos humanos en Cuba, e igualmente llevan razón. Cuba se encuentra cerrada y bloqueada políticamente por un sistema social comunista de la guerra fría, cuyos dirigentes no tienen el menor estímulo para cambiar, y que además, muestra especial desprecio hacia los derechos humanos y libertades, mezclando conceptos, como políticas de gastos sociales que tienen su respaldo en el modelo económico existente en el país. Ser disidente en Cuba es un ejercicio de alto riesgo que supone represión, cárcel y hostigamiento, como mínimo.
Visto desde esta perspectiva, si Biden saca a Cuba, como gesto ante la galería, de la lista de terroristas, nadie en La Habana le agradecería nada. Si realmente Biden quiere dar pasos para reconstruir los vínculos con la isla, que lo haga observando lo que hace la contraparte. A diferencia de aquellos gobernantes que dicen que hay que acompañar al régimen cubano para que siga adelante con sus cambios económicos en curso, existe otra posición mucho más interesante para que todas las democracias del mundo muestren su solidaridad con los demócratas cubanos y poner fin a una pesadilla que dura más de 60 años. El espacio para las libertades públicas, el pluralismo y la democracia en Cuba está más cerca que nunca.
Sería una lástima echarlo todo a perder a estas alturas de la historia. La guerra fría se acabó y los problemas mundiales del siglo XXI nada tienen que ver, por suerte, con aquellos años oscuros y lamentables. Los demócratas cubanos deben verse apoyados en su lucha por una gran coalición internacional de apoyo y solidaridad con los disidentes y opositores internos de Cuba. Este podría ser un buen principio para Biden en su política con Cuba. Lo que no consiguió Obama, precisamente. Sugiero que trabajen en ello.
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