Diálogo Estados Unidos y Cuba: lo posible, lo alcanzable

Elías Amor Bravo, economista

Ahora que Biden ha asumido la presidencia de Estados Unidos, han comenzado de nuevo a agitarse presiones para restablecer las relaciones con Cuba, aceptando que tras la visita de Obama la Isla inició una serie de reformas que se han venido manifestando desde entonces. Habría que preguntarse de qué reformas se está hablando, porque en materia de derechos humanos, nada de nada. En cuanto a pluralismo político, la situación continúa bajo dominio y control absoluto comunista. Y en el ámbito de las libertades públicas, ser opositor en Cuba entraña riesgos, desde la represión y la cárcel, hasta las prohibiciones más increíbles.

Los defensores de la apertura con Cuba señalan que el momento es propicio ante la proximidad del octavo congreso comunista en el que Díaz Canel tendrá que obtener la revalida para seguir dirigiendo los destinos de la nación y del partido comunista. Gran error. Tan solo mostrándose reaccionario y conservador de la lealtad comunista el dirigente cubano podrá salvar la prueba. Reformas, nada. Todo lo contrario.

Sin embargo, nadie tiene la menor duda que las presiones sobre Biden van a arreciar, lo mismo que viene ocurriendo en el parlamento europeo. En realidad, en la agenda del nuevo presidente demócrata, los temas relacionados con Cuba no deben estar muy altos en cuanto a prioridades. Más bien, todo lo contrario. Pasa lo mismo en la Unión Europea. Estados Unidos tiene retos que afrontar mucho más complejos, a todos los niveles, y perderse en un diálogo con los dirigentes comunistas cubanos, sabiendo que no van a mover ni una línea de sus planteamientos políticos, es crónica anunciada, de una pérdida de tiempo.

Los que defienden que Estados Unidos y Cuba vuelvan a hablar, lo hacen sin tener en cuenta que el régimen comunista ni ha hecho, ni piensa hacer, concesión alguna para volver al diálogo, y que está en condiciones de mantener la agresión contra el vecino del norte en todos los foros internacionales, porque le resulta rentable

Argumentan, sin embargo, que los márgenes de negociación de las autoridades cubanas son cada vez menores, como consecuencia de la reducción de los apoyos de Venezuela, el incumplimiento de los compromisos de deuda externa con el Club de París, así como con Rusia o Angola, y la falta absoluta de divisas como consecuencia de la crisis del turismo internacional, de modo que la negociación puede llevar a resultados mejores al final del proceso. Lo que esta posición no tiene en cuenta es que este escenario de ganar tiempo, al coste que sea, es bien ejecutado por el régimen castrista a lo largo de sus 62 años de su inmovilista existencia.

La cuestión es si realmente, Cuba ha comenzado algunas reformas, aunque sea limitadas y parciales, desde la visita de Obama. Y lo cierto es que empezó antes, concretamente desde que Raúl Castro pasó a ocupar la dirección política y militar del país a partir de 2008. Reformas muy limitadas en materia de apertura de mercados, libertad para viajar al exterior, trabajo por cuenta propia, la vivienda, etc, no han servido para transformar la estructura jurídica de la economía, que se mantiene inalterada y reforzada, después de la aprobación de la constitución comunista de 2019.

Cuba sigue siendo, por decisión de sus dirigentes, la ficción de una plaza sitiada de la guerra fría, en la que el estado interfiere en el funcionamiento de la economía a través de la planificación central socialista, el predominio de la empresa estatal como centro del sistema económico, y un sector privado que se limita a algo menos del 30% de la ocupación en una serie de ocupaciones y actividades autorizadas.

Hasta aquí han llegado unas reformas que, ahora en 2021 están siendo congeladas por medio de la llamada Tarea Ordenamiento y la Estrategia económica social, que pretenden que el sector privado se someta a la dirección estatal de la economía, aceptando con resignación su existencia, pero sin que pueda alcanzar poder e independencia del estado. Que algún ciudadano de Estados Unidos pueda sintonizar con un modelo económico y social como este, no deja de ser una ficción.

Los que defienden el diálogo de Estados Unidos con Cuba y presionan a Biden piensan, igual que los que creen que la Unión Europea debe facilitar las cosas a los comunistas cubanos, que los cambios en la isla van a continuar, e incluso se profundizarán si existe ese clima de relaciones permanentes y productivas. Quieren que el turismo, las inversiones, los capitales de las naciones económicamente poderosas se canalicen hacia la isla, de modo que esta tenga que abrir y modernizar sus estructuras.

Una creencia bastante improbable, porque los beneficiarios de esa corriente de recursos económicos procedente del exterior son la seguridad del estado y el ejército, baluartes del régimen comunista, parapetados tras las empresas del sector abierto de la economía, como han demostrado las sanciones del presidente Trump. Además, para los dirigentes cubanos, cualquiera que sea el escenario, lo rentable es mantener a Cuba como está, bajo control absoluto del estado sobre la actividad privada, identificar a Estados Unidos como el gran enemigo que quiere destruir como sea la “revolución”, y continuar agitando el embargo y bloqueo en los foros internacionales para no dar explicación alguna de las agresiones a opositores libres y los derechos humanos.

En suma, conseguir dinero e inversiones, sin mover ni una sola línea del sistema que reprime a los cubanos durante seis décadas. En eso reside la soberanía nacional que tanto aluden. Olvidarse de las potencialidades de la economía cubana, que las tiene, si no benefician al régimen y sus estructuras de poder. Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada.

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