Mayabeque y Artemisa: ¿10 años para recordar?

Elías Amor Bravo, economista

El régimen comunista cubano destrozó la organización territorial de la República de seis provincias, hace más de 40 años, y nada. Los resultados están ahí para quien los quiera analizar de forma objetiva e independiente. Ni sirvió para mejorar el crecimiento económico, ni para realizar una distribución justa y equitativa de los recursos, ni para atender de forma eficiente las necesidades de la población.

La economía cubana es ahora más débil, incapaz de alimentar a toda la población y cuando se analizan los diversos indicadores oficiales disponibles, las diferencias territoriales son realmente abismales. Dicho lo anterior, aquel esfuerzo administrativo de división provincial no sirvió para nada, solo para crear un mayor número de unidades del partido provinciales, y con ello reforzar el  control político sobre la población.

Y ahora, en Granma, celebran la fundación, hace diez años, de las provincias de Mayabeque y Artemisa, y una vez más, el discurso triunfalista del régimen es el mismo que a mediados de los años 70. Gracias a esta decisión dice el régimen “Cuba creaba las condiciones para poner la dinámica socioeconómica de ambos territorios en un camino nuevo que permitiera acelerar el desarrollo local, a partir del potencial productivo endógeno y del empuje determinante de los sectores industriales”. Falta por ver si esto es realmente así.

Artemisa y Mayabeque son dos territorios bien conocidos y recordados por mí, porque en aquellas tierras viví los primeros años de mi vida. Mi familia cubana había vivido en las tierras de Mayabeque casi 100 años en aquella zona antes de 1959. Allí estaban los principales negocios de mi abuelo y se había desarrollado la carrera de mi madre, como profesora de la enseñanza  pública cubana. En la cercana Artemisa mis abuelos tenían numerosas amistades y más familia, muchos de ellos, abandonaron el país cuando el régimen castrista endureció sus posiciones políticas hacia el marxismo leninismo.

Por eso, puedo hablar de Mayabeque y Artemisa, porque conocí, in situ, a sus gentes emprendedoras, sus tierras, sus recursos y capacidades, con los que he mantenido contacto durante cinco décadas, desde la distancia. Mi abuelo decía que las tierras de Artemisa eran las más productivas de Cuba, y no le faltaba razón. Recuerdo a aquellos valientes guajiros, dueños de su tierra conseguida con el fruto del trabajo (por cierto, ninguno era latifundista, ni tenían la menor intención de ello) obtener dos o tres cosechas al año de productos que la red de distribución comercial de mi abuelo, y de otros empresarios privados, trasladaba a las tiendas de alimentos de la capital y al mercado de Cuatro Caminos, con rapidez.

¿En qué ha quedado esa agricultura que estaba llamada a ser puntera incluso con capacidad exportadora? En nada. La propiedad en manos del estado comunista se ha convertido en un páramo de ineficiencia y destrucción, y los pocos arrendatarios privados luchan por obtener más tierra de las autoridades comunistas locales, pero estos se niegan a las entregas, para mantenerlos sometidos al poder político. Incluso se han inventado impuestos para gravar la tierra no cultivada. Como consecuencia de ello y de la política perversa de topar los precios, los suministros de surtidos agropecuarios a La Habana nunca han vuelto a ser los mismos que antes de la llamada revolución. Los comunistas no quieren dar solución al problema. No les interesa.

Por la proximidad a la capital, las tierras de estas dos provincias, que entonces estaban integradas en La Habana, ya se esperaba un desarrollo más diversificado de otras actividades que iban incorporándose a la dinámica económica. El turismo, por ejemplo, irradiaba desde la cercana Varadero, y la capital empujaba con fuerza ese sector. El hermoso paisaje guajiro de Mayabeque atraía a mucha población de la capital, sobre todo, los fines de semana, a disfrutar de la gastronomía de restaurantes de primer nivel que iban inaugurándose, acompañados de espectáculos y diversiones para los niños. La industria empezaba a impulsar proyectos basados en la relación con el pujante sector agropecuario, y la distribución logística alcanzaba niveles de desarrollo importantes, así como la construcción, que preparaba sus armas para iniciar una expansión sin precedentes.

Todo ello combinado con centros públicos y privados, sanitarios, educativos, universidades y de servicios profesionales de primer nivel mundial a finales de los años 50 del siglo pasado. Y todo aquello se perdió. De un día para otro. En cuanto empezaron las imposiciones comunistas, con las nacionalizaciones y confiscaciones, el sector privado pujante y dinámico desapareció del paisaje económico, y un estado incapaz y altivo intentó tomar las riendas de la economía, pero el fracaso está ahí.

Los comunistas han logrado que  Mayabeque y Artemisa refuercen su peso como suministradores agrícolas de la capital, interrumpiendo un proceso de transformación económica estructural que el mercado empujaba en aquellos años. Pero de ser proveedores reales, estos dos territorios han comprobado lo difícil que es atender las necesidades capitalinas con los parámetros organizativos y jurídicos que establece el régimen. No solo la agricultura se ha atrasado, es que el resto de actividades previstas, simplemente no prosperaron.

Nada nuevo hay en producir actualmente en Artemisa miel, el café, carbón vegetal y pieles. Estos productos ya se obtenían antes de 1959, mientras que otras zonas del país tomaban el liderazgo en los mismos.

En 50 años, Granma y los dirigentes comunistas solo pueden presentar la Zona Especial de Desarrollo del Mariel como una iniciativa destacable del régimen para la prosperidad de los territorios. Y lo cierto es que la base industrial que se ha creado allí no ha producido para las provincias próximas los efectos benéficos que cabe esperar de la misma, e incluso, la construcción de infraestructuras de viales, comunicaciones, servicios de electricidad y agua, han corrido a cargo de empresas de otras zonas con trabajadores procedentes de distintos territorios, incluso internacionales, como los indios.

Además, los activos asociados al Mariel tienen poco impacto para las provincias, como ocurre con la terminal intermodal, desde donde se transportan pasajeros y carga, y que tiene poco sentido, cuando no hay ni viajeros ni mercancías para desplazar al exterior. Visto desde esta perspectiva, las 700 viviendas anunciadas en el proyecto, de las cuales hay ejecutadas 150, no son más que una  pequeña gota en el océano de las necesidades de vivienda de un país, y de estas dos provincias.

Y no conformes con lo anterior, el régimen quiere insistir en el desarrollo local como la clave de bóveda que debe permitir a todos los cubanos la prosperidad económica. Y una vez más, miente. Artemisa y Mayabeque son dos provincias pequeñas pero su proximidad a la capital facilita que los productores de cualquier sector alcancen con facilidad economías de escala técnica y producir a los costes más bajos, maximizando sus beneficios. El desarrollo local, esa apuesta de Raúl Castro de cultivar en macetas, o criar puercos en los patios traseros, hipoteca el potencial de crecimiento productivo y ata más aún a la población al territorio, reforzando las posiciones de poder político.

Por lo expuesto, si hay algún artemiseño que obtenga actualmente algún beneficio económico de la Zona del Mariel que lo diga, estaremos encantados de escuchar. Los comunistas afirman que cuentan en Artemisa con una “fuerte industria metal mecánica: la fábrica productora de ómnibus Diana y de otros modelos que circulan en la nación; la conformadora de metales de Guanajay, así como la Industria Mecánica Caribe, líder en la fabricación de remolques agrícolas y cañeros, alzadoras de caña, limpiadoras de playa y otros equipos”.

Y se entretienen citando “dos astilleros, una textilera, una planta de oxígeno y acetileno, una industria de aluminio, dos fábricas de cemento, dos estructuras de cantera, una fábrica de lozas de techo y ladrillos de cerámica y módulos de materiales de construcción municipales”.

De todo ello, solo se puede afirmar que es un balance exhaustivo pero insuficiente para promover un desarrollo económico sostenible para todos los artemiseños. Las nuevas generaciones abandonan las provincias, porque no ven futuro allí para sus vidas.

El artículo de Granma celebra, finalmente, que en Mayabeque el índice de mortalidad haya sido en 2020 el más bajo de su historia (3,5 por cada mil nacidos vivos), la construcción de salas de impedidos físicos en los hogares de ancianos de los municipios de Quivicán y de San José de las Lajas, o los avances en el Laboratorio de Biología Molecular en la cabecera provincial. También se informa que se ha avanzado en la informatización de la sociedad, con el “incremento de líneas telefónicas fijas y móviles, y se dan pasos para hacer más funcional el gobierno electrónico que, todavía con limitaciones, ha variado las maneras de relacionar al ciudadano con sus dirigentes”.

Y con esto se conforman. Han pasado diez años desde la creación de Mayabeque y Artemisa, pero los resultados dejan mucho que desear.

 

 

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