En torno al valor moral del trabajo en el régimen castrista

Elías Amor Bravo, economista

El régimen castrista se ha especializado en culpar a otros de las consecuencias de sus políticas desastrosas. Por ejemplo, el responsable eterno de la pésima situación de la economía cubana es el embargo o bloqueo de EEUU, eso es conocido y no vale la pena insistir mucho más en ello. Se construye un discurso irreal, se “vende” a todo aquel que lo quiera comprar, y se insiste una y otra vez. Les ha dado resultado.

De vez en cuando los “francotiradores” al servicio del gobierno, los especialistas en lanzar la piedra y esconder la mano, como la famosa “gatita”, mueven el punto de mira del rifle acusador y disparan en otra dirección. Solo así se puede entender el mensaje bochornoso y reprobable que se desprende de un artículo publicado en Granma, el diario oficial del régimen, titulado “Y ahora… a trabajar”.

La tesis que subyace este breve texto es que “con la llegada del día cero no solo se entroniza el cup en el lugar que, por derecho propio, le pertenece (…) con el objetivo de fortalecer su papel y preponderancia en el sistema monetario y financiero del país, uno de los principios generales de las políticas macroeconómicas de los Lineamientos de la política económica y social del partido y la revolución (…) También llega el momento de dar al trabajo el valor que realmente tiene, a fin de  convertirlo en la principal fuente de ingresos”.

De lo primero, no cabe la menor duda que el fracaso está servido, y de hecho ya se han producido los primeros tiras y aflojas que hacen prever que el diseño de la Tarea ordenamiento ha sido deficiente, inoportuno y que no va a conseguir el control necesario de la economía para evitar un notable empobrecimiento de la población.

Respecto al valor del trabajo, la posición oficial ha dado la orden de modificar el punto de mira del rifle acusador, y esto no solo es grave, sino que también es preocupante, y sobre todo, escurre un bulto de irresponsabilidades en la gestión de las políticas económicas durante 62 años. Cuando se debate sobre el valor moral del trabajo hay que ser cuidadoso, porque se pueden decir cosas que, no solo son falsas, sino que pueden acabar ofendiendo a mucha gente.

¿Cómo si no se deben interpretar frases como las siguientes, extraídas del artículo citado? “El cambio es brusco para todos, como es lógico. Durante décadas, más de una generación de cubanos ha accedido a alimentos básicos y a servicios elementales a precios altamente subsidiados por el Estado”.

Y prosigue diciendo, “Tal práctica tiene una base profundamente humanista y de justicia social, pero también propició que algunos interpretaran que en Cuba se podía vivir sin trabajar, o sea, a costa del trabajo ajeno y de las arcas estatales, asunto discutido con fuerza en los últimos congresos del Partido y en las asambleas vecinales previas a la aprobación de la Constitución”.

Hasta aquí podíamos llegar. Ahora resulta que el marasmo productivo de una economía basada en un modelo social comunista que ya no existe en ningún país del mundo y que representa un fracaso sistémico, se debe a personas que “interpretaron que en Cuba se podía vivir sin trabajar, o sea, a costa del trabajo ajeno y de las arcas estatales”.

Falso. Si esta situación se ha producido, es porque el modelo económico comunista rompió desde el inicio de sus aventuras, el vínculo que debe existir entre productividad y salario, incorporando otras consideraciones políticas y sociales en el ámbito de la relación laboral en la que el estado concentra el 80% de la ocupación. La “base humanista y de justicia social” ha sido el argumento utilizado por el régimen comunista para justificar la ruptura de la relación entre expectativas profesionales, crecimiento y progreso, bienestar material y personal. 

Si por desgracia en Cuba han surgido, como dice Granma, personas acostumbradas a la limosna del estado, a vivir sin trabajar o del trabajo ajeno, es que no tenían otra alternativa para desarrollar una vida independiente y próspera como lo harían en Hialeah, Miami o Estocolmo. Por eso hay cerca de 3 millones de cubanos en el exterior, porque no quisieron aceptar esa imposición comunista para convertirse en personas que “vivían sin trabajar, o sea a coste del trabajo ajeno y las arcas estatales” que ahora denuncia sorprendentemente Granma.

Se ignora si un artículo de estas características habría sido viable en tiempos de Fidel Castro. Pero no hace falta ser un experto en ciencia política para determinar que esta tesis rompe la base de apoyo que amplios sectores de la población cubana pudieran haber dado al estado comunista a lo largo de 62 años, resultando en un “sálvese quien pueda” que no se sabe bien a qué corresponde. De lo que no cabe la menor duda es que puede estar relacionado con el agotamiento estructural del presupuesto y la situación de colapso en la que se encuentra la economía cubana. 

Desde el día cero, los cubanos han visto que los precios se desbocan y los salarios se rezagan, que los subsidios desaparecen, que escasean los dólares y que el cambio oficial es la mitad del que se pide en los mercados informales, que los productos escasean en las tiendas que venden en CUP o CUC y en cambio, las que venden en dólares con tarjeta de débito se encuentran razonablemente surtidas, que cada día desaparecen más productos de la canasta básica y que el salario y la pensión mínima no llegan a fin de mes, y después leen mensajes como el del artículo de Granma que los califica a los trabajadores como “aprovechados que viven del presupuesto del estado a costa del trabajo de otros” y no deben entender bien lo que está pasando. Pero, ¿Qué está pasando en el régimen castrista? ¿son conscientes de que están lanzando piedras contra ellos mismos?

No es una cuestión de lenguaje. Es mucho más. Desde 2014 el mercado laboral cubano ha perdido más de medio millón de ocupados, como consecuencia de un descenso espectacular de la población activa, mientras que los inactivos no dejan de aumentar, por motivos demográficos y económicos. El empleo no estatal se estanca en el 30% del total y el nivel de productividad no solo es bajo, sino que presenta notables diferencias sectoriales. La crisis provocada por la pandemia ha supuesto la pérdida de muchos empleos, sobre todo en el sector privado, y la voluntad del gobierno se ha orientado a evitar que la tasa de paro aumente, a riesgo de mantener altos niveles de subempleo que bajan aún más la productividad de la economía.

Culpar a los trabajadores cubanos de “vagos y aprovechados” cuando comportamientos de esa naturaleza son debidos al propio sistema económico y social, no es otra cosa que escurrir el bulto y utilizar como con el embargo, justificaciones de la pésima gestión de la economía. Tengo la firme convicción que los cubanos son los primeros que quieren trabajar con libertad, eficiencia y compromiso. Lo demuestran cuando salen de Cuba y construyen en poco tiempo su patrimonio y enderezan sus vidas, alcanzando un rápido éxito profesional. El régimen comunista en vez de acusar sin fundamentos a los trabajadores, debería preguntarse por qué ese milagro de prosperidad personal no ocurre en Cuba. Descubriría uno de los principales fracasos de la “revolución”.

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