Solo con una economía próspera y desarrollada el turismo puede funcionar (y no al revés)

Elías Amor Bravo economista

Un especialista comercial de la Delegación de Turismo de Holguín ha hecho unas declaraciones en Granma que se pueden resumir en dos conclusiones. O no tiene la menor idea de cómo funciona una economía, o es alguien a quien el turismo ha deslumbrado como si se tratase de un oropel. No es extraño que en Cuba el régimen haya sido un fracaso absoluto en materia de política económica. Si hay gente que se cree esas cosas y las dice.

Resulta que este individuo ha dicho algo así como “que, si va bien el turismo, nuestra economía no se quedará atrás”. 

La pregunta es ¿Y no será al revés? Exceso de optimismo, imprudencia temeraria, desconocimiento de las reglas básicas del funcionamiento de una economía. Puede que de todo un poco. Cuesta creer que este tipo de especialistas no hayan realizado una mínima revisión comparativa de aquellos países donde triunfa el turismo. Quizás habría dicho otra cosa bien distinta, pero ahí queda para la posteridad lo que 30 años después de iniciar la aventura del turismo, se sigue pensando en Cuba.

Esta superstición comunista se arraiga en la idea que el turismo puede ser una vaca lechera más del estado (como las remesas o las inversiones extranjeras o los ingresos por la venta de médicos) que ordeñada puede proporcionar suculentos ingresos para las arcas del régimen, que luego, los dirigentes destinan a aquello que les parece, sin tener en cuenta las demandas sociales. Esta visión del turismo como enclave económico es inexistente en cualquier otro país del mundo que apueste por este sector, y solo con echar un vistazo a República Dominicana, Costa Rica o el Caribe mexicano se descubre cuán equivocados están estos comunistas cubanos.

Si este especialista conociera los mercados con los que trabaja como sostiene la nota de Granma, sabría que el turismo florece cuando la economía es próspera, o al menos, cuando se dan las condiciones para que la actividad económica generada por el turismo revierta sobre los actores económicos, a ser posible, privados e independientes del estado. Este modelo es imposible en Cuba, donde para el régimen, el turismo es una actividad extractiva para generar divisas y poco más. Los efectos tractores son mínimos. Según la ONEI el sector hotelero y restauración apenas representa el 6% del PIB, lo que indica que sus capacidades para tirar del resto de la economía son mínimas.  

En estas cosas deberían pensar los dirigentes del régimen, y no en recontar una y otra vez el número de vuelos y de compañías aéreas que van a llegar a Cuba en temporada alta. En un trabajo anterior, reflexionábamos sobre lo que podría ocurrir si las cifras de la pandemia se vuelven a disparar en los mercados de origen, como de hecho está sucediendo en Alemania o Inglaterra. Si ese fuera el caso, entonces, en vez de 49 y 52 vuelos semanales, lo más probable es que llegasen muchos menos.

La gran esperanza blanca está en los canadienses, que han sido antes de la pandemia el principal origen del turismo invernal, pero que existen dudas sobre si volverán en masa a la isla, después de casi dos años de haber desaparecido. La pandemia todavía causa estragos en Canadá y las medidas de prohibición continúan para proteger la salud de la población. Ya se verá que pasa.

Por eso, antes de morir de éxito, los dirigentes comunistas deberían saber que la mayoría de los hoteles, lo más probable es que no lleguen ni siquiera a niveles de ocupación de un 40% en este año, con unos resultados que van a suponer un nuevo ejercicio negativo para los que gestionan estos establecimientos. Más aún al contrastar que en República Dominicana o Cancún, los resultados van a ser, ya lo están siendo en este momento, mucho mejores.

Una lástima, porque los recursos económicos destinados por el régimen a inversiones en los hoteles, a mantenimiento y construcción de más habitaciones, que se han detraído de otras partidas más necesarias para la sociedad, no se van a ver recompensados por mayor facturación, y aparecerán las temibles pérdidas. En general, la inversión hotelera en Cuba es otro ejemplo del fracaso del modelo.

En los países turísticos, la inversión tiene dos orígenes: el privado que se centra en habitaciones e instalaciones, y el público, que aporta el embellecimiento de las zonas para disfrute de toda la población y con ello generar otros negocios privados, asociados muchos de ellos a la inversión inmobiliaria. Como esto último en Cuba está prohibido, el estado es el único que invierte y sus recursos llegan hasta donde llegan, de modo que el hotel puede haber sido mejorado, pero dos cuadras más allá el turista descubre la destrucción del país, y esto no agrada a nadie.

Incluso lo que el régimen denomina “aseguramiento logístico de los hoteles” para que determinados productores agropecuarios cumplan relaciones comerciales estables con los hoteles en la compra de alimentos, puede salir mal. ¿Qué es eso del aseguramiento logístico? Es justo lo contrario que se tiene que hacer. Los responsables de compras de los hoteles deben adquirir lo que necesiten allí donde encuentren mejor relación calidad y precio, lo que obliga a los productores a espabilar. Y los campesinos, tienen que ser libres para suministrar lo que puedan a los hoteles o a cualquier otro cliente, sin ataduras ni vínculos forzosos.

Incorporar a los campesinos en la cadena de valor de los hoteles, y hacerlo de forma maniatada, va en contra de la racionalidad y eficiencia económica. Es un procedimiento que destruye las leyes de oferta y demanda. Que en el caso cubano prima a unos respecto de otros, por medio de decisiones políticas arbitrarias de los comunistas locales. Las compras de los hoteles se deben realizar con absoluta libertad, lo mismo que las ventas de los productores. Y que la ganancia del negocio se quede toda para los productores.

La cuestión que los dirigentes comunistas no son capaces de entender es que solo con una economía próspera y desarrollada el turismo puede funcionar, insertándose en este espacio de creación de empleo y riqueza, como uno más, sin necesidad de vínculos “de aseguramiento logístico”, como los que imponen en Cuba. Si el entorno económico fuera otro, no serían necesarios esos acuerdos. El turismo se beneficia de una economía en funcionamiento, y aunque puede ejercer un efecto tractor sobre determinadas actividades, es la economía, con sus propias fuerzas productivas no se debe quedar atrás para que el turismo funcione. Es justo lo contrario de lo que piensan y exponen públicamente los que se supone deben dirigir la economía cubana por bien de todos.

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