El crecimiento económico no volverá a la Isla en 2023

Elías Amor Bravo economista

La prensa estatal ha ofrecido, finalmente, información detallada de las valoraciones realizadas por Díaz Canel el pasado martes, durante la presentación de los principales aspectos del plan de la economía nacional y del presupuesto del estado para el próximo año 2023. Según el dirigente comunista, “el 2023 tiene que ser un mejor año”, afirmando públicamente que 2022 no lo ha sido, como ya vienen revelando la mayoría de los indicadores publicados.

Y si 2022 pasará a la historia como un mal año para la economía, la responsabilidad según Díaz Canel no es suya, ni de los dirigentes de la economía, sino del “recrudecimiento del bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos y sus campañas de descrédito”, lo que ha hecho imposible el retorno a la normalidad “como ha ocurrido en otros países del mundo”. Así son las cosas, ni una sola autocrítica, ni una valoración negativa de la gestión.

Por el contrario, Díaz Canel reivindicó 2022 como un año “intenso” en que se han aplicado “varias medidas económicas, si bien no todas tendrán un impacto inmediato, porque son complejas y, además, porque necesitan sobrepasar la inercia de los procesos”. Seguro tendría en mente las 63 medidas de la agricultura o las 93 del azúcar. Todas ellas responsables de la parálisis de ambos sectores fundamentales para la economía y de las que no cabe esperar nada, porque no van a servir para romper esa inercia de la que habla Díaz Canel.

Inasequible al desaliento, el dirigente comunista afirmó que “el próximo año tiene que ser mejor” y volvió a ofrecer su receta, “a partir de que todos trabajemos intensamente, y todos logremos que el pueblo se sume a ese trabajo con el ejemplo de los cuadros”. El modelo por el que apuesta Díaz Canel, como buen comunista, no es otro que el colectivismo ineficiente elevado a la enésima potencia, y una vez más, pidiendo peras al olmo. 

Díaz Canel quiere que ese trabajo colectivista sea “intenso e inteligente, que aplaste la burocracia, que aplaste las trabas, que aplaste el inmovilismo, que aplaste la espera y, por supuesto, que continúe la lucha contra la corrupción y las ilegalidades a partir de las medidas adoptadas”. Es decir, que lo aparten a él y a su equipo e ideología de la realidad, pues son ellos los que causan esos males sistémicos a la economía.

Díaz Canel volvió a insistir en la necesidad de que “la innovación esté presente en todo lo que hagamos, y que genere resultados”. ¿Resultados para quién, para qué? ¿Tal vez para una burocracia ineficiente y poco operativa que acabe regalando a cualquier país vecino los resultados del esfuerzo de investigación? Si se quiere que los beneficios de la innovación recaigan en la sociedad cubana, es necesario cambiar el marco actual para que también participen de esos beneficios los innovadores. El modelo actual no lo permite.

Y dedicó una parte de su discurso a los apagones, cuando dijo que “habrá que lograr la estabilidad del sistema electroenergético nacional” destacando que se han logrado financiamientos para las reparaciones y mantenimientos. Díaz Canel sabe que esta no es la solución que realmente se necesita. Lleva en ello mucho tiempo.

El incremento de las exportaciones en diversos ámbitos y el fomento de la inversión extranjera directa el turismo y el desarrollo local son los ámbitos que se quieren potenciar, pero tres de ellos escapan del control de la política económica y dependen del entorno económico internacional, que se deteriora a pasos agigantados. Del desarrollo local, poco se sabe.

Y también pidió “trabajar en 2023 para disminuir el déficit presupuestario y mejorar la aplicación de nuestro sistema tributario; continuar atenuando las desigualdades sociales y avanzar en el ejercicio legislativo que se ha propuesto el país”. Una demanda de la que, al parecer, no se dio por aludido, como si no se tratase de su cometido como máximo dirigente del régimen.

Acabó pidiendo “trabajar de una manera inteligente, comprometida y ágil, buscando mucha eficacia, efectividad y eficiencia en todo lo que hagamos”, pero Díaz Canel sabe que para lograr ese objetivo se necesita avanzar en el ámbito de las reformas estructurales y cada vez es más evidente que él no tiene autoridad para ello.  

Llegados a este punto, el ministro Gil tomó la palabra para volver, un año más, a presentar el plan de la economía. Si ese mismo que no solo se incumple de forma sistemática, sino que en 2022 ha tenido que ser revisado a la mitad, del 4% previsto de crecimiento del PIB al 2% y ya se verá si se logra.

Gil quiere lograr que el plan de la economía de 2023 la acerque al escenario que existía en 2019, antes de la pandemia, lo que supone el reconocimiento explícito de que Cuba no ha superado ese período fatídico, a diferencia de otros países. Y claro, siguiendo a su jefe de filas, ni una asunción de responsabilidades. El culpable de que Cuba sea el único país de América Latina por debajo del nivel alcanzado en 2019 es el embargo.

Y como no podría ser de otro modo, el ministro dijo que en el plan de 2023 los objetivos son “avanzar en la estabilización macroeconómica del país; seguir recuperando capacidades del sistema electroenergético nacional y acelerar la introducción de las fuentes renovables de energía; avanzar en la reducción de desigualdades; consolidar el proceso de descentralización de competencias a los territorios, y lograr la transformación integral de la empresa estatal socialista”. Objetivos que están muy bien en el papel, pero es que ¿acaso no están ya en ello desde hace años? Entonces, ¿Por qué no logran ni uno solo de estos objetivos?

Gil pidió continuar apostando por la exportación de servicios, que según dijo, constituye la principal fuente de ingresos del país, sobre todo en ámbitos como el turismo, los servicios de salud y las telecomunicaciones. Esto supone reconocer la debilidad exportadora de bienes y mercancías, y el abandono del comercio internacional, asumiendo la baja competitividad y productividad de la economía cubana, uno de los grandes fracasos del régimen comunista. La exportación de servicios puede funcionar coyunturalmente, pero no es la solución ni de lejos, como saben las grandes potencias. España tiene un sector turístico de primer nivel, pero sus principales exportaciones son automóviles y alimentos.

Y en este punto, Gil dijo que la previsión de crecimiento del plan, que en ningún momento citó de forma explícita (habrá que ir al plan a consultar cuando se publique) se ha basado en el turismo, la vivienda, la producción de alimentos, la energía, la industria y las construcciones, sin dejar de lado, el desarrollo social y territorial que contará con recursos que respaldan las principales actividades de los servicios sociales básicos como son la salud pública, la educación, el deporte, la cultura, la radio y la televisión. Dicho, en otros términos, más gasto y duplicidades del mismo.

El ministro, con todo, se mostró optimista y “enumeró algunos elementos que permiten al país estar en mejores condiciones para avanzar que en el año precedente”. Entre esos elementos, citó “la estabilidad epidemiológica asociada a la pandemia, la proyección de un nivel de turismo por encima de 3 millones de visitantes, así como la estabilidad que se prevé en el precio del níquel, y la que se ha logrado en el país en varias producciones como el tabaco”. Aquí cometió una contradicción flagrante con respecto a los motores de la exportación de servicios, toda vez que níquel y tabaco son bienes para los que el ministro espera al menos mejores precios.

A partir del diagnóstico, Gil dijo que “tenemos potencialidades para incrementar los ingresos y no podemos renunciar a que 2023 sea un año de despegue desde el punto de vista de las posibilidades que tiene la economía”, recalcando que el crecimiento económico debe volver a la Isla en 2023.

Para lograr dicho objetivo, recuperó el mensaje de Díaz Canel de “seguir trabajando fuerte en todas las potencialidades de ingresos que tiene el país en temas como la salud, el turismo, el níquel, y los rubros de exportación de servicios, para aspirar a un crecimiento superior y tenemos las posibilidades de hacerlo”.

Escribir cartas a los reyes magos tiene poco de racionalidad. Las previsiones del ministro son un desiderátum alejado de la realidad que carece de referentes sostenibles para ser alcanzadas. Y además, parten de un 2022 en que la economía va a experimentar un ejercicio de notable debilidad, posiblemente mayor que la experimentada en 2021, cuando el PIB aumentó el 1,9%. A la vista de estas elucubraciones del ministro y su plan, no conviene trasladar optimismo para 2023. 

Comentarios

  1. Lo mismo con lo mismo. Año tras año la misma retórica, la misma muela. Esta gente no tiene nada que ofrecer. En lugar de soluciones sólo intenciones y supuestos. Hasta cuándo.

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