Díaz Canel apuesta por un enfoque marxista, crítico y anticapitalista, o sea, revolucionario para resolver los problemas
Elías Amor Bravo economista
Sí. Han oído bien. No podía ser peor. El último discurso de Díaz Canel ante el consejo de ministros ha sido un retorno a la ortodoxia comunista, marxista y leninista que ha sorprendido a todos. Evidentemente, no le beneficia. Un dirigente tiene que ser capaz de entender los problemas de la sociedad y ofrecer soluciones viables. Y los cubanos no están en estas ideas. Entretenerse con metáforas de lo que pudo ser y no fue, lo aleja más del pueblo y lo convierte en un producto de marketing al servicio de la prensa estatal.
Solo así es posible entender la frase del discurso que Granma resalta y que dice textualmente, “lo verdaderamente importante es aunar esfuerzos en la dirección correcta, que no es otra que aquella que nos permita revertir la difícil situación económica que atraviesa el país, incluso en condiciones de bloqueo recrudecido”. ¿La vuelta del colectivismo?¿Qué es aunar esfuerzos, si no?
Y a continuación añade que todo ello debe servir para “robustecer la certidumbre en torno a la revolución, a seguir consolidando la idea de que la construcción del socialismo es la única alternativa viable para la prosperidad y el desarrollo de nuestra nación”. ¿Se ha olvidado Díaz Canel que vivimos en 2022 y no en 1961? ¿Es que no se ha dado cuenta que él no es Fidel Castro? ¿A qué estamos jugando 63 años después de fracasos acumulados? Sinceramente, con este tipo de discursos no es extraño que los inversores internacionales huyan de Cuba y que en 2022, más de 225.000 cubanos hayan dejado el país rumbo a Estados Unidos para conseguir ese futuro mejor.
La pasión y las ganas que Díaz Canel quiere que los cubanos pongan en el trabajo, los que han perdido toda esperanza por vivir en un país mejor y próspero, suenan falsos, vacíos y por ello, repetirlos hasta la sociedad aburre y cansa. La gente da la espalda a sus dirigentes cuando estos no coinciden con sus prioridades. Desconfía de ellos y sabe que la vía elegida no va a sacar a la economía cubana del círculo vicioso en que se encuentra.
De nada sirve incorporar al discurso del régimen que 2022 ha sido un año duro, o que se vive una situación compleja desde el segundo semestre de 2019. Esa complejidad, que es mucho más grave de lo que Díaz Canel dice, tiene que ver con tareas de su exclusiva responsabilidad: reducción de los suministros de petróleo de Venezuela, aplicación de la tarea ordenamiento y parálisis productiva frente a la inflación galopante. ¿Quiere más?
Y cuando llega el momento de enumerar las exigencias del pueblo, Díaz Canel cita las que sus asesores le han escrito en el discurso, que, por desgracia, tienen poco o nada que ver con la realidad.
“Que si se tienen que desatar las verdaderas reservas y potencialidades que hay en la sociedad; que se destraben las fuerzas productivas; que se propicien más los incentivos y menos las trabas y las prohibiciones que frenan el desarrollo; que es necesario e impostergable el despegue de la empresa estatal socialista; que la agricultura dé respuesta a la producción de alimentos; y que demos mejor atención a las personas en situación de vulnerabilidad”. Una letanía aburrida que Díaz Canel sabe bien cómo arreglar, adoptando medidas estructurales que transformen en profundidad la economía comunista cubana hacia el mercado, los derechos de propiedad y la libre empresa. Si no lo hace es porque no quiere. Así de fácil.
Alternativamente, y como no va a hacer nada de eso, su agenda vuelve a ser la misma de siempre. “Que si el enfrentamiento efectivo al delito, a la corrupción y a las ilegalidades; que se vaya contra la burocracia; que se respeten las leyes; que a todo lo que aprobamos en la asamblea nacional se le dé seguimiento; que primen el respeto, el orden y la decencia; que se tengan en cuenta los consensos y la participación del pueblo para decidir; que se acuda a la innovación; que se haga un ejercicio democrático del poder popular; que todo el mundo rinda cuenta; que los jóvenes no abandonen el país y no dejen de participar en la revolución”. Por lo mismo, pretender conseguir estos objetivos es imposible dentro del marco político, jurídico y económico del régimen comunista. La experiencia lo muestra. Solo un cambio de 180º puede servir.
El mensaje ortodoxo comunista llegó al no reconocer las alternativas plurales, cuando dijo que “las únicas fuerzas capaces de enfrentar y vencer cada uno de esos retos somos los que estamos aquí”, en referencia a los miembros del consejo de ministros y del secretariado comunista y organizaciones de masas asistentes. El partido, la confianza ciega en que ese cascarón vacío, todavía puede hacer algo que no sea entregar el poder y propiciar un cambio político hacia la democracia, las libertades y el pluralismo en Cuba. Ese partido es lo que permite a Díaz Canel capear una situación insostenible en la que otro dirigente político habría presentado su dimisión.
Por ello, a partir de este momento, el discurso de Díaz Canel se acercó a la versión más cruda y trasnochada de la ideología comunista, y un buen ejemplo de ello fue las referencias a la separación de poderes del país. Y tuvo el descaro de exigir a las distintas instancias un papel dentro del caos existente. Al partido único exigió que no esté “al margen de la sociedad, que actúe con conciencia de la necesidad que existe y ser el catalizador más eficiente en nuestra transformación”. Si fuera así, nunca habría dado el visto bueno y exigido medidas tan perjudiciales para Cuba como la tarea ordenamiento.
También al gobierno “que es el más desafiado de todos”, exigió innovar y crear, cuando es sabido que su gobierno está agotado, carece de ideas y sus medidas, como las de la agricultura o la caña, no dan resultados. Sus ministros se rodean de experiencias fallidos e indicadores fracasados. Nadie dimite ni se va a casa. Increíble.
A los órganos del Poder Popular, en todas sus instancias, exigió que “superen sus limitaciones actuales” claro sin decir cuáles son; a los legisladores, les exigió que cumplan su papel clave aprobando leyes que elabora el régimen; y a las organizaciones políticas y de masas a que fuercen una participación ciudadana asamblearia que tiene poco o nulo interés.
Obligaciones para todos, sin ningún rubor. Dejando claro que en la Cuba comunista no hay separación de poderes que valga, el estado de derecho es inexistente. Y para rizar el rizo, Díaz Canel enumeró las tareas inmediatas de su régimen en las 13 siguientes:
1.- El fortalecimiento de la defensa del país;
2.- Las reflexiones profundas sobre la situación económica, las desviaciones, los errores, las actitudes y las soluciones;
3.- La producción de alimentos;
4.- La inversión extranjera;
5.- El seguimiento a los compromisos de las últimas giras internacionales;
6.- El programa de estabilización macroeconómica;
7.- Modernizar el sistema bancario;
8.- La captación de remesas;
9.- El incremento del turismo;
10.- Enfrentar la ilegalidad y la corrupción y lograr un ambiente adecuado de control;
11.- Eliminar la inflación, el enriquecimiento ilegal, y controlar los precios;
12.- El combate contra los especuladores;
13.- Estimular la participación de las personas en la búsqueda de soluciones a los problemas del país.
Una agenda estimulante, pero que da la impresión de que, una vez más, se va a quedar en eso, enumeración y enumeración y poco cumplimiento. Nos va a servir para realizar la gestión del régimen en 2023. En realidad el estado comunista es incapaz de implementar todos esos cambios y ahí reside buena parte del fracaso de Cuba como país.
Díaz Canel solo tuvo un momento de lucidez cuando dijo que “la responsabilidad es de nosotros, uno tiene que sentirse responsable de esto, para que todos los minutos estemos pensando en cómo lo vamos a resolver” para volver a insistir en que “tiene que ser el sentido de nuestras vidas aportar a la transformación revolucionaria del país”. No es frecuente que el mandatario cubano asuma responsabilidades. Escudándose en el comunismo revolucionario cualquier cosa es posible.
La metodología expuesta para esta ingente tarea deja poco espacio para las soluciones prácticas. Su receta llega a aburrir: “estudiar profundamente los problemas, analizar sus contradicciones, hacer análisis comparativos, trabajar con los criterios de la población y de los expertos para proponer las soluciones”, y después de esa pérdida de tiempo que dilata las decisiones imprescindibles para sacar al país del actual marasmo, la guinda del pastel, cuando dijo, “todo lo que hagamos, debe estar basado en un enfoque marxista, crítico y anticapitalista, o sea, revolucionario al servicio de la revolución”. Apaga y vámonos.
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