Erdogan, Marrero y Cuba: ahora a esperar

Elías Amor Bravo economista

El régimen comunista cubano no escatima elogios y alabanzas para sus socios, en tanto que desprecia, hostiga y destroza a aquellos que considera sus “enemigos”. Para los comunistas cubanos no existe el término “adversario” que es el referente básico de los países democráticos.

De modo que ni cortos ni perezosos, han dedicado a la toma de posesión de Erdogan un amplio reportaje en la prensa estatal. No solo por tratarse de Erdogan, al que no hay mucho que agradecer, al menos de momento, salvo las contaminantes patanas eléctricas, sino por el despliegue ofrecido a Marrero, que anduvo por Ankara en la ceremonia de toma de posesión de Erdogan, acompañado de otros “socios”, véase Maduro, que también recibió atención en los medios cubanos.

Marrero trasmitió a Erdogan saludos de Raúl Castro y de Díaz Canel durante un breve intercambio en la ceremonia de toma de posesión, en que se volvió a destacar “el buen estado de las relaciones bilaterales y la disposición de seguir impulsándolas”. Y poco más.

La nota de la prensa estatal hizo referencia a la pertinaz lluvia que acompañó a los asistentes al acto, y los contactos de la diplomacia castrista para que Marrero fuera recibido por el canciller turco, Çavuşoglu, que también expresó la voluntad de continuar fortaleciendo los nexos de amistad y cooperación entre las dos naciones. En fin, todo buenas palabras.

El cónclave no estuvo mal. Nada más y nada menos que 78 países, 21 jefes de estado y 13 primeros ministros asistieron a los actos celebrados en Ankara para celebrar, por todo lo alto, la continuidad de Erdogan, entre ellos, Maduro de Venezuela, el canciller de Nicaragua, los presidentes de Kazajistán, el Congo y Gabón, el primer ministro de Djibouti, el vicepresidente de Malasia, el canciller de Sudáfrica y el presidente del parlamento de Marruecos, entre otros.

Erdogan prestó juramento en la gran asamblea nacional de Turquía y asumió sus funciones para un nuevo mandato presidencial. Y, mientras los fastos continuaban en Ankara, sombras de preocupación recorrían las cancillerías occidentales por una victoria electoral que, realmente, no se esperaba. Un hecho que ha provocado desconcierto y preocupación por el destino económico de Turquía, uno de los países emergentes más importantes y un lazo de relación entre Europa y Asia.

Erdogan ha dirigido los destinos de Turquía desde 2014 y, desde entonces, los analistas han realizado distintas valoraciones de sus políticas económicas. En una primera etapa, Turquía registró un fuerte crecimiento económico gracias, en buena medida, a una serie de reformas que liberalizaron la economía, captaron inversión extranjera y promovieron el desarrollo de nuevos proyectos de infraestructuras.

Pero, más reciente en el tiempo, Erdogan ha aplicado otras políticas económicas que han alterado de manera significativa el estado de la economía de Turquía. Para mal. Los analistas consideran que sus injerencias en las decisiones del Banco Central de Turquía son un buen ejemplo de lo que no se debe hacer. Y lo hizo de forma descarada, designando a aliados políticos para puestos clave dentro del banco central del país y presionando al Banco para que desarrollara políticas monetarias expansivas, destinadas a fomentar el crecimiento a corto plazo, lo que acabó provocando los tipos de interés reales más bajos del mundo (-35%).

Como consecuencia de ello, la inflación hizo su aparición en Turquía y arrastró a la lira turca, sin que los programas de estabilización sirvieran para contrarrestar la caída del valor de la moneda. A resultas de la intervención del banco central en el mercado de divisas, el saldo de las reservas de divisas en poder de la autoridad monetaria pasó a tener signo negativo, un hecho que no se producía desde comienzos de 2002.

Otro aspecto negativo de la política económica fue la desatención a los equilibrios internos, en concreto, el gasto y déficit público se dispararon al alza, como consecuencia de las políticas populistas basadas en más subsidios y recortes de impuestos que aumentaron la deuda pública. Entre 2010 y 2017 el déficit fiscal rondaba el 1% y el 2% del PIB; a partir de 2018 se duplicó al 4% e incluso en algunos años fue superior, lo que ha generado más inflación (el 85%), caída en picado de la inversión extranjera y menor crecimiento económico. Un cuadro nada recomendable para una economía emergente que quiere superar sus niveles de atraso.

Los analistas destacan la pérdida creciente de confianza en la economía turca, básicamente porque no se puede predecir qué política económica se va a seguir y por ello, ha aumentado la salida de capital, la pérdida de valor de la moneda turca, y una mayor incidencia del endeudamiento, tanto para el gobierno como para el sector privado. En suma, para recuperar la confianza y estimular el crecimiento económico, Turquía tiene que alejarse de las políticas aplicadas por Erdogan en los últimos años, renovar su compromiso con la disciplina fiscal y, especialmente, garantizar la independencia monetaria.

Y aquí vienen las dudas, porque Erdogan ha logrado, tras una reñida elección, otros cinco años que van a consolidar su liderazgo y la visión que tiene para el futuro del país. Los fastos organizados para su toma de posesión y el guion de la prensa estatal comunista cubana, dicen mucho de todo ello.

Los analistas prevén que, manteniendo las políticas económicas actuales, Turquía no va a llegar muy lejos y los tipos de interés reales seguirán estando en niveles muy bajos, provocando el deterioro de las inversiones y la salida masiva de capital, que fortalecerá la demanda de divisas fuertes provocando el hundimiento de la lira, en una medida mayor. La posibilidad de que se produzca un giro hacia políticas distintas no se contempla en el actual escenario. Erdogan ha elegido un modelo que no le permitirá afrontar la alta inflación, la estabilidad del tipo de cambio y las reformas estructurales. Los analistas piden a los inversores que tengan mucho cuidado con la economía turca debido a la elevada probabilidad de que la divisa local se devalúe incluso más.

En tales condiciones, y ante un escenario que se presenta muy complicado para los turcos, Marrero puede decir lo que quiera, pero ese “impulso a la cooperación” entre los dos países, puede quedar en nada. En la toma de posesión, Erdogan solo tuvo buenas palabras para sus invitados. Cuando las luces rojas se iluminen en los próximos meses, habrá que estar atentos para comprobar lo que puede ocurrir en Turquía. Y en La Habana seguirán esperando. Es lo que tiene elegir determinados socios.

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