El régimen no quiere resolver el problema agropecuario en Cuba
Elías Amor Bravo, economista
El régimen tiene un grave problema: los alimentos escasean y la gente se queja. Las protestas van a ir en aumento, y no hay forma de atender las necesidades sociales dentro del marco del modelo social comunista. No se quiere tocar este sistema integrado a calzón en la constitución de 2019, y se aplican parches de urgencia que no resuelven la situación.
Lo último que se ha conocido es un paquete de medidas
incluidas en la Gaceta Oficial No 49 del 4 de mayo de 2001, destacando el
Decreto 35/2021 y varias resoluciones, que pretenden dar un mayor protagonismo
al productor y al municipio en la comercialización mayorista y minorista.
En este blog se ha
señalado en numerosas ocasiones que querer resolver los problemas de oferta en
la agricultura cubana con medidas comerciales es como matar moscas a cañonazos.
Pueden morir algunas, pero si no se ataca el foco del que salen, volverán y el
problema continuará manifestándose.
Y entonces, ¿Cuál es el
problema? También se ha explicado, y no está originado en la fase de la distribución,
que obviamente presenta sus deficiencias que se pueden corregir con relativa
facilidad mediante más competencia e incentivos por los cumplimientos. El
problema se encuentra en las condiciones técnico productivas en que se
desarrolla la actividad agropecuaria, y se manifiesta de forma evidente en el
régimen jurídico de derechos de propiedad, que impide al productor agropecuario
ser el dueño de los medios de producción.
Por eso, estas iniciativas del
régimen para “fomentar la equidad y la coexistencia entre las formas de
gestión, la autonomía y la competitividad, por medio de la comercialización de
productos agropecuarios” son tan solo un parche que no puede resolver problemas
mucho más graves y profundos que están anclados en el modelo social comunista
que rige los destinos de los cubanos desde hace 62 años.
Cierto que se puede hacer
mucho desde el ámbito de la comercialización de los productos agropecuarios para
mejorar la eficiencia de los suministros a la población. Bastaría con
privatizar la distribución mayorista, suprimir acopio y dejar que los
vendedores privados se abastecieran directamente con los productores. Apartar
al estado intervencionista del sector de la distribución comercial no plantea
problema alguno y se puede resolver con un par de decretos para hacerlo con la
ley desde la ley.
Pero si se quiere mejorar
la distribución comercial es necesario que haya productos para ello, por lo
tanto, el problema principal radica en despejar las trabas, obstáculos y límites
que impiden a los productores agropecuarios cubanos escalar sus explotaciones y
alcanzar rendimientos crecientes. Y ahí se puede observar que el marco legal
existente no sirve y, actúa justo en la dirección contraria, restando los
necesarios incentivos para la producción. Incentivos que se encuentran ligados
a la libertad de elegir qué producir, cuánto producir, a qué precios, con quién
distribuir y dónde aprovisionarse de insumos. Sin esa libertad, la economía
agropecuaria no puede prosperar y crecer en la oferta.
¿Qué es lo que regula el
decreto antes citado? Asombrosamente, presta atención a las tareas de la
selección, el empaque y el procesamiento de los surtidos por los productores,
en definitiva, la posibilidad de realizar el beneficio a la producción “elevar
el valor agregado de los productos agropecuarios” por parte de los trabajadores
por cuenta propia, las familias, las cooperativas agropecuarias, así como por
las entidades especializadas y comercializadoras mayoristas. Todo el mundo a
empacar los productos para su distribución a la red mayorista, una tarea que se
debería realizar por esas agencias que, precisamente, cumplen esa función a gran
escala y ahí es donde obtienen su rentabilidad.
Los comunistas cubanos han creado un auténtico batiburrillo con la comercialización y ponen a dirigentes locales a controlar todo el proceso. La norma establece la creación de un “comité de contratación”, con funciones dedicadas a “evaluar el nivel de actividad de las producciones a partir de las posibilidades del territorio, proponer el orden de prioridad de los destinos que se contratarán, y también elaborar el balance de los productos agrícolas a su nivel, donde se establecen los ratificados de producción para el próximo mes y el estimado de la comercialización para los dos siguientes en la actividad acopiadora”.
Lo mejor
de todo es que este comité está presidido por el gobernador y el intendente,
según el nivel. Ya dirán qué sentido tiene que estas autoridades políticas
representativas entren en el proceso de la distribución comercial, tratándose de
una tarea profesional y de gestión.
Por otra parte, la autorización
para ofrecer a la población productos lácteos a precios por acuerdos y promover
el acceso de los productores de leche fresca de vaca, búfala y cabra, así como
sus derivados a los diferentes mercados, ha sido regulada en la Resolución
139/2021.
Desde que se anunció
esta medida, los dirigentes expresaron su deseo que sirviera para aumentar la
producción de lácteos y derivados, pero el procedimiento diseñado es burocrático,
intervencionista y jerarquizado, y supone que, para poder acceder al mismo, el
ganadero debe obtener primero, el certifico de la Empresa Láctea que acredite
la suscripción y el cumplimiento del contrato para la entrega de leche a la
industria y al comercio minorista, teniendo en cuenta los indicadores de la
ganadería y los de calidad e inocuidad establecidos. Sin ese papel, no hay nada
que hacer.
Y ya se sabe, los
criterios de concesión son discrecionales y en ningún momento se hace
referencia a los mismos. Un buen ejemplo, el precio de acopio para la compra
del litro de leche fresca de vaca se fija en 7,50 pesos. Si el productor cumple
o sobrecumple el plan de entrega del mes, se bonificará con 1,50 pesos por
litro. ¿Quién dice qué se cumple o sobrecumple, cómo y por qué? Y el precio
posterior, ¿en base a qué se determina sin un mercado que asigne los recursos?
La norma dispone, en concreto, la práctica liberalización de la venta de leche de cabra, búfala y sus
derivados, que se pagará por acuerdo entre el productor y los compradores, a
fin de buscar ingresos en divisas que tributen al desarrollo de la ganadería.
¿Ingresos en divisas? ¿Dónde y cómo?
La otra Resolución
publicada, la No 140/2021 establece el procedimiento para autorizar el
sacrificio, consumo y comercialización de las carnes de ganado bovino por los
productores, tiene como objetivo aumentar la oferta a la población de productos
cárnicos a precios por acuerdos, y promover el acceso de los propietarios a los
diferentes mercados.
Una vez más, el procedimiento establecido viene cargado de mecanismos de control e intervención, burocracia y jerarquía que exigen a los productores estar acreditados y actualizados como tenentes en los registros de la Tierra y de Control Pecuario. Se exige cumplir con el encargo estatal; que se fijan en función de las tasas de extracción anual y pesos de sacrificios establecidos por los productores (aquí sí que parece que existen indicadores más o menos objetivos), y cumplir la entrega mínima de 520 litros de leche, en el caso de quienes tengan hasta diez vacas, y 550 para aquellos con más diez.
Otro requisito exigido es
mantener el crecimiento del rebaño de vacas y el rebaño total. Por eso puede
sacrificar, para su consumo y comercialización, en la categoría establecida, un
animal de cada tres que incremente en su rebaño. Solo entonces se autorizará el
sacrificio, en mataderos acreditados de los machos en categoría añojo, torete y
toro, y las hembras de desecho no aptas para producir, certificadas por la
autoridad debida.
Estas nuevas normas
entrarán en vigor el 4 de junio con el objetivo de eliminar la dispersión y las
contradicciones normativas sobre la comercialización de productos
agropecuarios. Los dirigentes insisten que lo más importante es que todos los
actores estarán en igualdad de condiciones, y podrán realizar la compraventa en
función de sus condiciones financieras, lo que evitará las dañinas y
recurrentes cadenas de impagos y las pérdidas de productos.
La normativa establece una actualización y divulgación semanal de los precios, busca crear “mercados de nuevo tipo” y modificar los existentes para que impacten por su imagen, limpieza, organización y por brindar otros servicios como mensajerías, ventas online y métodos electrónicos para el pago, incentivar el beneficio de los productos elaborados o semielaborados, con diferentes calidades y precios, permitir a las empresas del sistema de la Agricultura y de otros organismos arrendar recursos (desde locales, medios de pesaje hasta transporte) a los productores o cooperativas para facilitar la actividad de comercialización de manera directa.
Ni una sola medida trata
de modificar el marco jurídico de derechos de propiedad de la tierra, de modo
que se mantiene el modelo actual. Mal asunto. Además, el papel del estado
se ve reforzado y aumenta sus competencias plenas en la regulación, el
seguimiento y control de la producción, la contratación, el establecimiento de
las prioridades en los destinos, los balances de productos, el control de los
precios, la comercialización en condiciones excepcionales (como ciclones), la
siembra y el uso de la tierra. Es decir, todo.
Antes del verano,
tendremos ocasión de valorar el fracaso de estas medidas. El ganado no crece de
forma explosiva, sino de forma lenta y con una gran exigencia de trabajo y
dedicación. Lo saben bien los productores. Los dirigentes comunistas, al
parecer, no.
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