Marrero quiere que se escuche a la población: llega tarde

Elías Amor Bravo, economista

Que el primer ministro del gobierno de un país se reúna con casi 400 responsables de los equipos de atención a la población en los organismos de la Administración Central del Estado, entidades nacionales y en los territorios para leerles la cartilla sobre cómo se debe atender, escuchar, responder y solucionar los problemas a la población, no es normal.

Por muy importante que es, en la gestión pública, estar al tanto de las demandas sociales para diseñar políticas que respondan a esas preferencias y necesidades de la población, rara vez un jefe de gobierno dedica parte de su valioso tiempo a leer una especie de decálogo a quienes están al frente de este tipo de responsabilidades.

Pues esto ha ocurrido en Cuba, donde Marrero en videoconferencia presentó el balance de trabajo de la Oficina de Atención a la Población del Palacio de la Revolución en 2020, que tramitó más de 30.000 interpelaciones, mayormente quejas y solicitudes llegadas por diversas vías. Este es un trámite al que acude la gente cuando ha agotado el resto de las vías para reclamar, por lo que dan a conocer sus problemas al presidente de la República y al primer ministro.

Para Marrero este procedimiento se interpreta como muestra de la confianza del pueblo en la dirección del país, y situó como ejemplo a Fidel Castro Ruz y Celia Sánchez que, al parecer, ya funcionaban con estos aparatos de delación de la población.

La cuestión es ¿por qué esta preocupación por los problemas y sobre todo, por qué ahora?

Empezando por lo segundo, Marrero dijo que el 8vo. Congreso concluyó que las nuevas generaciones de cuadros tienen que garantizar la continuidad, defendiendo en primer lugar la confianza que el pueblo ha depositado en la Revolución. Y al parecer, esa confianza se pretende logra escuchando al pueblo, respondiendo sus demandas y solucionando sus problemas, para lograr la mayor prosperidad y el bienestar para todas las cubanas y los cubanos. ¿Lo lograrán?

Tras estas primeras consideraciones, Marrero expuso el decálogo de cómo deben ser estos procesos, más aún en los momentos actuales. Cuando el rio suena, es que agua lleva. La situación económica en Cuba alcanza tal nivel de deterioro que el malestar va en aumento, sin que los mecanismos de represión y control político consigan frenar las protestas sociales. La economía puede acabar dando al traste a la política. El cómo revestir la preocupación que tiene el gobierno por un eventual estallido social, con un proceso de escucha y atención a la gente, es lo que vino a continuación.

Primero, Marrero dijo que las quejas de la población deben servir para identificar los problemas, pero más aún para trabajar en la solución de ellos, yendo a la raíz de la situación y a las actitudes que los están generando. No es tan fácil cuando esto no responde a unos objetivos claros, sobre todo cuando no se puede cuestionar la “raíz de la situación” que no es otra cosa que el modelo económico y social.

Segundo, destacó la necesidad de dar confianza a las comisiones que se creen para resolver una queja, evitando que alguno de sus miembros fuera parte implicada en el hecho que generó la demanda. Esta prevención no asegura la confianza, que es la base de muchas más cosas, sobre todo, fiarse del gobierno y sus políticas, algo que en Cuba parece perdido definitivamente para mucha gente.

Tercero, insistió en la necesidad de entrevistarse con quien interponga una queja, algo que no siempre se hace, y evitar la insatisfacción que provoca el no ser escuchado en las demandas. Hay que superar muchos temores y barreras para que esto se haga efectivo en Cuba, donde mucha gente duda de que sus quejas lleguen a algún sitio productivo, y que no acaben siendo utilizadas contra quien las expresa.

Cuarto, la necesidad de evitar que se permeen las diligencias, el contenido de la denuncia o las personas, algo que no tiene mucho sentido si se tiene en cuenta que salvo casos excepcionales (como corrupción) las agencias que atienden quejas lo hacen a título personal sin necesidad de ir ocultado las cosas.

Quinto, destacó la necesidad de que los informes sean de calidad y que profundicen en el problema que se describe y en su solución. En este punto, se suscita una duda, ¿es que esto no se hace ahora? Entonces, ¿para qué están estos dispositivos de quejas?

Sexto, pidió una discusión colectiva en los procesos de solución de quejas de la población, llevando a los consejos de dirección de las entidades, donde estén presentes todos los relacionados con la protesta. La burocracia y la jerarquía, rasgos dominantes de la cultura de las organizaciones comunistas cubanas, tiene mucho más peso que la capacidad de respuesta a las demandas sociales y frenarán cualquier elevación de las quejas a los órganos de dirección.

Séptimo, el primer ministro dijo algo de poca calidad en términos políticos, al señalar que cuando el problema o la queja no tenga una respuesta inmediata debido a limitaciones económicas, hay que dar seguimiento al caso para que la persona sepa que aunque ahora no haya una solución, su problema no está olvidado. Planteamientos como este lo que consiguen es justo lo contrario, que la gente pierda la confianza del todo. Si con este proceder Marrero quiere que los cargos actúen con un alto grado de sensibilidad y humanismo, va listo.

Octavo, incluso trasladó cómo se debe producir la atención al ciudadano, señalando que el funcionario que no escucha a una persona hasta el final y lo interrumpe y empieza a dar justificaciones, no es merecedor de la responsabilidad que tiene. La prepotencia se tiene que guardar en un cajón, pero esto puede ser muy complicado cuando el estado es quien escucha quejas contra sí mismo.

Noveno, dijo que en la atención a la población hay que tener flexibilidad, y adaptar los sistemas de trabajo a las situaciones actuales, porque nuevos problemas requieren nuevas soluciones, a la vez que se tienen que implementar mecanismos de atención a la población que garanticen la imparcialidad, respeten los tiempos establecidos, encuentren soluciones aunque sean parciales, y actúen con transparencia, con franqueza. Otra vez conviene preguntarse, ¿pero qué es lo que han estado haciendo hasta ahora?

Y en décimo lugar, señaló la necesidad de prestar atención a las redes sociales, al señalar que las quejas que allí se dilucidan deben ser asumidas como problemas a solucionar, igual que los que llegan por vía directa a las oficinas de atención a la población de cualquier instancia. Esa atención a las redes sociales se ha convertido en una obsesión y manía persecutoria del régimen y este llamado a vigilar lo que circula por las mismas no deja lugar a dudas.

El clima para poner en marcha este decálogo no es el mejor. La Tarea Ordenamiento ha esquilmado a unos y otros, al igual que la pandemia del COVID-19 y los menores suministros de petróleo procedentes de Venezuela que paralizan la actividad productiva. La economía cubana está colapsada, y no remonta. A corto plazo, el régimen se quiere preparar para lo peor. Este llamado del primer ministro a los responsables de los departamento de quejas es inaudito en cualquier país, e indica la gravedad de la situación actual y que el régimen sabe que ha perdido la confianza social así como su capacidad de prever los acontecimientos (se ha visto con la aplicación tozuda de la Tarea Ordenamiento). Simplemente, llegan tarde.

 

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