La agricultura cubana y la cooperación internacional: lo inexplicable
Elías Amor Bravo, economista
Si en 1958 alguien procedente del futuro dijera que la agricultura cubana en 2021, 63 años después, dependería de proyectos de cooperación internacional para suministrar alimentos, simplemente nadie lo podría creer. Mucha gente pensaría que lo contrario si podría ocurrir, es decir, que Cuba, una potencia mundial agropecuaria en los años 50 del siglo pasado, pudiera ayudar a otros países a enderezar sus sistemas de producción primaria. Esto hubiera sido más normal y convincente. Pero la tozuda realidad nos ha llevado a vivir el primer escenario.
Y aquellos cubanos incrédulos de 1958, si viven en la actualidad, deben estar sorprendido y derrotados anímicamente, al constatar que su país necesita
de la ayuda y la cooperación internacional para producir alimentos. Increíble, pero cierto. De
esto va una nota en Granma que, a su vez, se inspira en una información
publicada en la web del Ministerio de agricultura, que da cuenta de una reunión
de alto nivel encabezada por el viceministro de la Agricultura de Cuba y un sin
número de dirigentes, especialistas y altos cargos de varios departamentos
implicados para abordar el análisis de las famosas “63 medidas” del régimen y
dedicar parte de la sesión al impacto de los proyectos de colaboración
internacional sobre la alimentación de los cubanos.
Cuando se piensa en la cooperación internacional, sin duda una de las tareas más generosas que el mundo desarrolla entre distintos países, se tiene en mente iniciativas de desarrollo muy básicas, aplicadas en sociedades atrasadas, que han experimentado situaciones de caos o destrucción motivadas por distintos acontecimientos, en definitiva, el sentido de la cooperación, como lo reflejan los programas, es ayudar sin pedir nada a cambio, a los más necesitados.
La cooperación internacional la
desarrollan los gobiernos de los países donantes, que suelen fijar un
porcentaje del PIB alrededor del 0,7% para destinarlo a la ayuda al desarrollo,
y colaboran organizaciones privadas y estatales, pertenecientes a la sociedad
civil con objetivos en este ámbito de la ayuda.
Que el sector
agropecuario cubano esté necesitado de cooperación internacional es algo
sorprendente, inexplicable. Los dirigentes reunidos para abordar este asunto, según Granma,
se dedicaron “a determinar el avance de los proyectos que se encuentran en
ejecución o los que están pendientes, un informe de gestión de proyectos que se
evaluará mensualmente”, teniendo muy en cuenta la importancia y la prioridad
que el estado comunista le confiere a la producción de alimentos en el país.
La pregunta es la misma de
siempre, ¿cree el estado que va a resolver el problema alimentario cubano con
la cooperación internacional? No lo creo. Por citar un símil, una gota de agua
en el océano no resuelve gran cosa. No resuelve nada. El problema alimentario
cubano en este momento se llama, 2.000 millones de dólares en alimentos que se
importan del exterior, porque la agricultura nacional no los obtiene. Y como no
hay divisas, porque el turismo y las exportaciones de petróleo de Venezuela no
funcionan desde la pandemia, pues no hay alimentos. Y ya está.
Los reunidos para tratar de estos asuntos se pueden dedicar, como dijo Granma a “enfatizar la necesidad de transformar el sistema de gestión de los proyectos para lograr ser más agiles y evaluar un impacto de su implantación” o a “pensar en las prioridades para la producción de alimentos” incluso a “ser menos excesivos y más intensivos”. Pero con eso, el problema de la comida no se resolverá, al menos en el corto plazo.
La falta de alimentos
en Cuba tiene su origen en causas estructurales profundas, asociadas a un
modelo económico y social que el régimen comunista se resiste a modificar por
motivos ideológicos, y no depende de que “los proyectos de cooperación al
desarrollo se trabajen mucho antes de formularlos, para poder tener la mayor
integralidad posible y para que los resultados sean óptimos”. Este tipo de cosas
suena a lo mismo de siempre, tener que justificar el expediente para estar ahí,
pero los problemas siguen, e incluso, cuando pasa el tiempo, se tienden a
agigantar.
Una buena idea de lo
poco que estos proyectos pueden ayudar a la alimentación de los cubanos es que
el importe total de los mismos, según informaciones ofrecidas en la reunión,
ascendió a 500 mil dólares, para un total de 30 proyectos. Estamos diciendo que
Cuba necesita alimentos del exterior por 2.000 millones de dólares. Dividan y
verán la distancia. Insisto, el desarrollo de la agricultura cubana no depende
de la cooperación al desarrollo ni de este tipo de iniciativas demagógicas,
cuyos resultados, al final, dejan mucho que desear porque no son controlados de
forma eficaz ni por los donantes, ni por los receptores. Como consecuencia, el
principal perjudicado es el pueblo cubano que sigue perdiendo media vida en
colas para poder comprar una libra de papa o ñame, y eso, cuando hay.
En la reunión, los
asistentes dedicaron su valioso tiempo, a “decir cómo resolver los problemas,
las medidas concretas, las acciones necesarias, si han faltado recursos, las
políticas arancelarias sobre los donativos y si, en su caso, los proyectos que
involucran construcción y montaje son más complicados por la situación
económica que tiene el país en estos momentos”. Sin duda cuestiones
fundamentales para resolver la crisis alimentaria que existe en el país, y que necesita
atención urgente. Es más, o menos lo mismo que el otro día cuando estando las
cosas como están, que pueden ir a peor, a Díaz Canel no se le ocurre otra cosa
que anunciar su “consejo de innovación” en momentos difíciles que no admiten
andarse por las ramas.
¿Es esto gobernar un
país en función de las necesidades de la población? ¿Hasta dónde va a llegar la
megalomanía comunista, esa superioridad absurda consistente en situar por la fuerza sus prioridades ideológicas por
encima de todas y, además, convertirlas en las únicas? En el siglo XXI esto no
se sostiene.
Si lamentable es que
Cuba tenga que recurrir a los proyectos de cooperación al desarrollo para
producir más en su sector agropecuario, todavía es mucho peor que los
especialistas reunidos hablar de estas cosas, constaten que hay numerosos problemas
que limitan la ejecución de esos proyectos fruto de la donación internacional,
como la burocracia, los cronogramas, los procesos de importación, los procesos
comerciales y de contratación y otros temas que salieron en la reunión que impiden
ser más ágiles y realizar una evaluación de la implantación, que obviamente se
solicita por los donantes. Encima de los “regalos” recibidos del resto del
mundo, poniendo palos en las ruedas. Era lo que faltaba. El sistema y el modelo
no dan para más.
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