Raúl Castro y "su" premio nacional de historia

Elías Amor Bravo economista

El culto a la personalidad de los dirigentes revolucionarios cubanos proporciona, de vez en cuando, informaciones hilarantes. Otorgar el Premio Nacional de historia a Raúl Castro es ese tipo de bromas macabras que proceden de la Isla comunista y ver a Díaz Canel en una fotografía en Granma, sosteniendo un cuadro de grandes dimensiones, donde aparece el nombre del viejo revolucionario, ahora retirado de la vida civil y política, en gesto de culto y al mismo tiempo, de admiración, no pasa desapercibido a nadie.

Bien está lo que bien está, pero sin duda hay que preguntarse ¿Qué motivos pueden existir para conceder a alguien que ni es historiador ni tiene idea de esta disciplina de las ciencias sociales, un premio de estas características? ¿Hasta dónde hemos de ver cómo cae la Isla a lo más bajo, con este tipo de exabruptos difíciles de explicar o justificar?

Los dirigentes comunistas cubanos están tan acostumbrados a hacer lo que les da la gana, sin exigencia alguna de responsabilidades, que en este caso se han pasado de frenada. Y convertir a Raúl Castro en premio nacional de historia, en historiador, es una broma cruel, ajena a cualquier estándar de referencia y que convierte este premio, como todo lo que tocan, en ceniza. Una lástima, porque seguro que otros receptores del mismo y de la pléyade de galardones, medallas, etc. lo merecerán, pero no es el caso de Raúl Castro.

Además, la fecha elegida para el premio, 10 de octubre, clave en la historia de Cuba que los comunistas se empeñan en dibujar de forma distinta a cómo realmente ocurrió, y la colaboración de la Unión de Historiadores de Cuba, son dos ingredientes con los que se pretende dar al premio y su destinatario un reconocimiento que no tiene justificación alguna.

Como ocurre en todos estos casos, entre los méritos reconocidos a Raúl Castro por el jurado está el haber vivido. Básicamente, porque al viejo revolucionario no se le conoce tesis, investigación, articulo, documento, incluso carta o memo de algún valor para la historia. Haber vivido “más de medio siglo como protagonista excepcional de nuestra historia” es un mérito más que suficiente. Pero en realidad, de esos 50 años, Raúl Castro vivió más de 40 bajo el ala protectora de su hermano, sin esa proyección que se le quiere reconocer, así que no tiene justificación alguna dicho mérito. Por otra parte, el jurado cree que oscurece al segundo mérito reconocido, del que insisto, hay pocas referencias, y que es “su labor permanente en el interés de que se investigue y se difunda cada vez más, a lo cual ha contribuido a través de artículos, libros y discursos, entre otros”.

Raúl Castro ha demostrado ser mucho más elegante que el elenco de aduladores encabezado por Díaz Canel, que le han gestionado el premio, y por ello, ni siquiera fue a recoger el cuadro diploma con el que aparece Díaz Canel todo contento en la fotografía de Granma, como si el premio fuera suyo.

La inasistencia de Castro al acto celebrado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana puede estar diciendo varias cosas y todas ellas muy importantes. 

Primero, que está harto de todo y que no tiene el menor interés de volver a la palestra. 

Segundo, que no está dispuesto a dar más apoyo público explícito a su delfín, Díaz Canel. Que probablemente se equivocó con la designación, y que ahora, en los momentos difíciles en que la economía nacional se derrumba, la sociedad protesta y el miedo de la cúpula del poder va en aumento, el hermano de Fidel Castro no va a dar la cara para proteger a nadie en un ensayo del famoso refrán de que “cada palo aguante su vela”, que puede acabar en un “sálvese quien pueda”.

Raúl Castro no es historiador, eso es más que evidente, pero tampoco es tonto, y sabe que en estos momentos en los que la Patria se encuentra frente a un proceso que puede conducir a los cambios democráticos que Cuba necesita, no conviene cometer errores. Su idea debe ser pasar a mejor vida sin sufrir un cambio político que no desea, pero que sabe, precisamente por haber vivido muchos años, que está muy cerca y que no se puede detener.


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