61 años de las "leyes" confiscatorias de octubre de 1960: nacionalizaciones o expropiaciones
Elías Amor Bravo economista
En contra de lo que suelen afirmar los propagandistas del régimen cubano, las primeras confiscaciones de empresas privadas en Cuba tuvieron un efecto directo sobre la actividad económica de la República a partir de 1959. Un efecto que se podría calificar de demoledor, inmediato, contumaz.
Primero el sector agropecuario sufrió el mazazo de la llamada
“reforma agraria”, que traspasó la tierra agrícola productiva a las manos ociosas
del estado. Después, llegó el turno de la industria, con el azúcar, las minas o
las refinerías de petróleo. Más tarde, las expropiaciones se cebaron sobre los
servicios, centros educativos y universidades, policlínicas y hospitales, medios
de comunicación, banca y finanzas. En el curso de dos años, la economía cubana
quedó completamente transformada, desprovista de un sector privado potente, que se mantuvo
a duras penas sobreviviendo a las trabas del régimen hasta que, en 1968, en
plena “ofensiva revolucionaria”, cuando todos los medios de producción pasaron a manos del estado, Cuba se convirtió en el país más comunista del
mundo.
De modo que las confiscaciones y expropiaciones, sin pago de
indemnización, aprobadas por el régimen revolucionario, a las que se intentó dar
una falsa apariencia legal, provocaron grandes quebrantos a los intereses privados
de la economía, empobreciendo de forma general a todos los cubanos. La deseada
prosperidad de los negocios nunca llegó, porque no se podía conseguir, y cualquier intento por incrementar los
niveles de vida de los cubanos, acabó arrastrado por el racionamiento
obligatorio a partir de 1962.
Los corifeos del régimen culpan falsamente a la burguesía
industrial cubana de que no se lograsen los objetivos de bienestar en aquellos
primeros años, pero eso es igualmente una falsedad, ya que no tiene mucho
sentido pedir nada a quien resulta desposeído de sus propiedades y, además,
debe huir del país para no perder su vida.
También es falso decir que los grandes propietarios
sabotearon la producción. Sin tener el control de las empresas,
esa actuación resultaba imposible. Además, los que perdían sus negocios por las
confiscaciones, apenas tenían capacidad de defensa jurídica en una nación en la
que el estado de derecho brillaba por su ausencia.
Ni siquiera podían retirar su propio dinero de los bancos,
toda vez que estas entidades pasaron igualmente a propiedad del estado y
aplicaron formatos parecidos a los “corralitos” financieros para arrebatar los
depósitos a los ahorradores y los bancos a sus dueños, la mayoría cubanos. La única
salida que tenían era huir al extranjero, como último recurso para evitar fusilamientos
o la cárcel, de modo que dejaban atrás sus negocios, con gran dolor, después de
una vida de trabajo y esfuerzos.
Los nuevos propietarios y gestores, pertenecientes a la burocracia
del estado partidaria del régimen, se encontraban así con el problema de poner en orden empresas cuyo
funcionamiento, relaciones y capital humano desconocían. En contra de las
versiones propagandistas, aquellos empresarios cubanos ni pudieron sacar el
dinero del país, ni formaron causa común alguna contra la revolución. En realidad,
muchos acabaron en el exilio con lo puesto, eso sí, recordando todos los días
de su vida, lo que había sido Cuba antes de aquellas tropelías comunistas. Ni
financiaron grupos subversivos, ni supuestos e inexistentes ataques a Fidel
Castro, y mucho menos evasión de capitales. El final de aquellos empresarios
fue mucho más triste de lo que se puede imaginar, y en realidad nunca se les ha
hecho justicia.
La propaganda comunista siempre habló de acabar con los poderes
económicos y, con intereses privilegiados que conspiraban contra el pueblo, pero
eso es falso. El empresario tabaquero de Pinar del Río, que cuidada con esmero
sus vegas, o el ingeniero azucarero que calculaba los ingresos de su cosecha, no
formaban parte de esa descripción enfermiza que los comunistas han hecho de la
clase empresarial cubana antes de 1959.
Esto viene a cuento de la confusión que los comunistas suelen
utilizar, en beneficio propio, cuando se refieren a las expropiaciones y robos
de propiedad privada de aquellos años. En particular, cuando quieren reivindicar
aquellas acciones contrarias al estado de derecho, utilizan el término “nacionalizaciones”
que, en cierto modo, suele contar con más adhesiones, sobre todo de los ignorantes que desconocen lo que significa. En realidad, el término es engañoso,
y aunque es cierto que en Cuba existían empresas de Estados Unidos que fueron
objeto de las expropiaciones y nacionalizaciones, lo cierto es que en la
relación de las leyes 890 y 891 de octubre de 1960 la mayoría de las empresas eran
cubanas (el 90% del total) y de cubanos. Por lo que tenía poco o ningún sentido hablar de
nacionalizaciones.
Fidel Castro, que se sabía de memoria el guion expropiador que
algún camarada soviético le había transcrito, de forma directa, afirmaba, con tono
irónico, que los bancos canadienses en Cuba no habían sido expropiados
como los de Estados Unidos, “sencillamente
porque esos bancos (había solo dos) están prestando un gran servicio al gobierno,
de carácter internacional al viabilizar las operaciones comerciales, de
importación y de exportación; es decir, todos los trámites de pago, los están
realizando estos bancos y están prestándole un servicio a la revolución, a
través de sus casas matrices en Canadá”. Es decir, un primer anticipo del
famoso, “con la revolución, todo, contra la revolución nada”. Estas palabras ya
las decía Castro en 1960 cuando aún trataba de engañar diciendo que su revolución
era verde como las palmas.
Castro sabía lo que estaba haciendo al confiscar, nacionalizar
y expropiar todo el capital privado de la nación, y las consecuencias de sus
felonías confiscatorias. Garantizarse el control de la economía y de la sociedad, eliminando la sociedad de hombres libres e independientes del estado. Por eso, decía que había que expropiar al Sears o los Ten
Cents, y ello, “por una razón muy sencilla, esas empresas por ser
norteamericanas, están sujetas a la Ley de Defensa de la Economía Nacional, es
una legislación que se hizo contemplando esos casos y esta es una legislación
distinta de aquella”.
Según Castro, esas empresas “se han ido nacionalizando conforme
han venido efectuando agresiones contra nosotros, y están sometidas a una
legislación que ya fue creada, esa es la única razón por la cual no están
incluidas porque esas están en su legislación y esta es una legislación nueva
para casos distintos de aquellos”, dando muestras del dominio de los galimatías e inventos incomprensibles para intentar justificar sus arbitrariedades. La gente le creyó.
De modo que amparándose en una presunta Ley de Defensa de la
Economía Nacional, Castro jugaba con los conceptos de nacionalización,
confiscación y expropiación, cuando al final el resultado era el mismo:
desposeer a los legítimos dueños de la propiedad de sus activos, no pagar
indemnización alguna, e incrementar el patrimonio estatal con esas violaciones
a los derechos de propiedad.
La economía cubana, que antes de 1959 había sido una economía
de empresas privadas de ciudadanos o de entidades cubanas, muchas de ellas prósperas
y dinámicas, acabó convirtiéndose en una economía de empresas estatales
socialistas, que eliminaron la iniciativa privada de su participación en la
economía. La competitividad, la productividad, la eficiencia, la abundancia pasaron a mejor vida, y los cubanos entraron en una etapa de permanente escasez que se
atribuyó al embargo de Estados Unidos, pero que estaba estrechamente relacionada
con el modelo económico y social, el mismo que se impuso de forma obligatoria
en la constitución de 2019.
Sr.Elias Usted cree que Cuba pudiera aplicar el modelo vietnamita?
ResponderEliminarGracias por su atencion.