La economía circular en Cuba: otro fracaso a la vista

Elías Amor Bravo economista

Revisando la abundante literatura sobre la materia, se podría decir que la economía circular tiene dos acepciones.

De un lado, se identifica con un concepto económico relacionado con la sostenibilidad, que tiene como objetivo que el valor de los productos, los materiales y los recursos (agua, energía) se mantenga en la economía durante el mayor tiempo posible, y que se reduzca al mínimo la generación de residuos.

De otro lado, la economía circular se identifica a nivel práctico con un modelo de producción y consumo que implica compartir, arrendar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar los materiales y productos existentes y con ello, abordar desafíos globales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la gestión de residuos o la contaminación.

En cualquier caso, se trata de una estrategia que tiene por objetivo reducir tanto la entrada de los materiales vírgenes como la producción de residuos, cerrando los flujos económicos y ecológicos de los recursos.​ Y esta actuación tiene un claro contenido económico y de rentabilidad, de modo que objetivos sociales y empresariales se dan la mano en beneficio de toda la sociedad.

Pues bien, ahora parece que los comunistas cubanos se interesan por la economía circular. Un artículo de Granma titulado “El apasionante, necesario y estratégico tema de la economía circular” plantea esta cuestión. Pero ¿están bien encaminados los dirigentes de la economía cubana?

Díaz Canel Bermúdez fue el que dijo lo de “apasionante, necesario y estratégico tema de la economía circular” en un consejo nacional de innovación celebrado en el palacio de la revolución el pasado miércoles, y allí se habló de la “economía circular en la industria del reciclaje” que según el dirigente comunista tiene que “ir mirando por el país de otra manera: como un eje que atraviesa todos los procesos de la sociedad”. Y añadió que “el desafío está en lograr que las personas se apropien de los conceptos que entraña la economía circular”.

Un mensaje críptico, de esos que lanza de vez en cuando Díaz Canel a ver qué pasa, como cuando habló en la tarea ordenamiento de los “encadenamientos” y nunca más volvió.

En el consejo se presentaron varias ponencias que concluyeron que “la economía circular es traje a la medida para un país como Cuba, donde cada riqueza natural debería utilizarse del mejor modo posible, al tiempo de ser la vía más sensata para un mundo en el que los recursos se agotan y el medioambiente sufre los impactos de la civilización”. Un enunciado tan genérico como impracticable, que pone de manifiesto lo lejos que están los dirigentes de cualquier enfoque práctico o teórico de economía circular.

La cuestión a dilucidar es si el modelo económico cubano, improductivo, ineficiente, obsoleto e incapaz de mejorar los niveles de bienestar de la población puede ayudar a reducir la contaminación de determinadas actividades económicas, optimizar los residuos y mantener el respeto a la naturaleza. Realmente, cuesta entender cómo se puede pasar a este nivel superior en la pirámide de Maslow, si otro más bajo, relacionado con necesidades básicas de la población, sigue sin tener solución. Hablar de economía circular cuando hay parte de la población con dificultades para comer a diario, o tener una vivienda digna, o elegir libremente lo que desea consumir, es poco sensato. Hablar de economía circular cuando no se facilita la rentabilidad empresarial, es perder el tiempo.

En la reunión del consejo de innovación se acordó que la economía circular debe servir “para concatenar los desechos de los procesos productivos, en aras de que problemas como el de la contaminación se troquen en nuevas soluciones”. Bien, pero ¿es este el objetivo principal de la economía circular? La experiencia muestra que minimizar residuos es una de las múltiples actuaciones que incorpora la circularidad, pero no la única ni tampoco la más importante.

Antes hay que preservar recursos naturales y ecosistemas, promover buenas prácticas desde las edades tempranas en el ámbito doméstico, por ejemplo, donde la basura tiene un valor sobre todo cuando se deposita en contenedores separados.  Y para que esto ocurra, el papel de la gente, su colaboración, es fundamental. Los comunistas así lo creen, pero otorgan una preeminencia en el proceso a las instituciones, los regulatorios y los instrumentos financieros. Y esa preeminencia tiene mucho que ver con la desconfianza que los dirigentes tienen del pueblo, sabiendo que este tiene muy pocas ganas de seguir colaborando para sostener un proyecto que no tiene futuro.

Ante el clima de las intervenciones, Díaz Canel se vino arriba y proclamó la necesidad de “lograr la estrategia cubana, la estrategia nacional de la economía circular”. Casi nada. Una estrategia que “contenga todos los elementos de institucionalidad: normas legales, políticas públicas, los temas de capacitación, de formación, de investigación”. Se podría afirmar que una estrategia que contiene tantas cosas, y pesa tanto en términos burocráticos, va a provocar lo mismo que las 63 medidas de la agricultura o las 94 de la caña: que no servirán para nada.

Y así, nos volveremos a encontrar con un escenario en que un régimen proclama a gritos la importancia de la economía circular, tal vez para quedar bien a nivel internacional, y una sociedad que debe liderar y colaborar en el proceso, que mira para otro lado y le da la espalda. Hay muchas formas de mostrar el desapego a los comunistas. Para Díaz Canel la prioridad es la misma de siempre: que si preparar a los organismos de la Administración Central del Estado; que si llevar el tema a las reuniones con el sistema empresarial, que si elevar todo a la jerarquía, que si la capacitación de los municipios, que si la estrategia de desarrollo territorial y local, etc., etc. Lo mismo de siempre. Mucho ruido y pocas nueces.

El fracaso del modelo comunista cubano, sobre todo en los últimos años, tiene mucho que ver con su obsolescencia e incapacidad para hacer prosperar la economía, pero al mismo tiempo, la calidad de las políticas públicas implantadas en el país deja mucho que desear. Tanto, que bien podrían ser eliminadas y todo podría ir mejor. Tanto plan, regulación, instituciones, procesos, burocracia, para acometer la economía circular suena a tiempo perdido y a fracaso anunciado. Lo mejor que podría ocurrir es que se olviden del asunto.  

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