El régimen comunista y la inversión extranjera: fracaso tras fracaso

Elías Amor Bravo economista

La prensa estatal comunista se despierta esta mañana con numerosas noticias relativas a la inauguración en La Habana de la 38 edición de la Fihav, un certamen que, como ya se ha expuesto en este blog, genera mucho ruido, pero pocas nueces.

De todo lo dicho por la propaganda comunista, que es excesivo y superfluo, hay algo que llama la atención. Un artículo titulado “Cuba no impone barreras a la inversión extranjera” es un buen ejemplo para reflexionar, porque cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. No lo digo yo, lo dicen los empresarios que intentan invertir en Cuba y que abandonan su proyecto en cuanto se enfrentan a un escenario que, en absoluto, facilita su tarea.

Son varias las razones que llevan a sostener que la Ley 118, preconstitucional, y su aplicación posterior, alejan a la Isla comunista de cualquier escenario de libertades para el inversor extranjero. Las barreras existen, y van más allá de los susodichos sobornos, corruptelas, pagos en especie, y demás fórmulas que persiguen sacar el máximo provecho del inversor extranjero.

Conviene recordar que la inversión extranjera en Cuba, en su diseño, se planteó como un mal menor del régimen comunista (como las tiendas en MLC), una necesidad de recaudación de divisas para las arcas del estado. De 3.000 millones de dólares, decían, y realmente no se alcanzó ni un 10% de esa cantidad. Un mecanismo extractivo de rentas, más que un verdadero instrumento de desarrollo, que ha sufrido en sus carnes las consecuencias del bloqueo/embargo interno que el modelo económico impone a todos los cubanos. Por eso vale la pena desmontar la tesis de que no hay barreras a la inversión extranjera.

Primera, el empresario internacional no puede realizar operaciones con los cubanos de a pie. Que ni lo intente, puede ser peor. Solo lo podrá hacer con empresas, en su mayoría estatales, o entidades que previamente gocen de los favores del régimen, por ejemplo, el tan manido “desarrollo local”. Un empresario extranjero que desee invertir en el proyecto de un ciudadano cubano, bien como trabajo por cuenta propia o cualquier otra fórmula independiente del régimen, no lo podrá hacer.

Segundo, el empresario extranjero no debe perder ni un instante de su tiempo realizando las oportunas tareas prospectivas asociadas a su actividad. En Cuba no existe la posibilidad de realizar una identificación personal de oportunidades de negocio, un análisis básico de mercado. No sirve. De hecho, existen áreas importantes de la economía vetadas por el gobierno al capital extranjero. Allí se tiene que elegir, obligatoriamente en qué invertir a partir de una “cartera de oportunidades” en la que el régimen comunista indica cuáles son sus prioridades y preferencias que, en general, tienen poco que ver con las expectativas de cualquier inversor internacional.

Tercero, nadie debe pensar que al invertir en Cuba llegará a ser propietario de los medios de producción. Ni siquiera de un apartamento en un resort turístico, que se tendrá que poner a nombre de otro. Lo saben los mineros de Canadá y Holanda, los hoteleros españoles y todos los que ya han formalizado acuerdos con los burócratas comunistas. Las minas, los hoteles, las fábricas, la tierra, todo, absolutamente todo, es propiedad estatal y el inversor solo puede aspirar a gestionar esos activos. 

Y el inversor debe saber, además, que en la mesa del consejo de administración de todo proyecto se sentará el estado comunista cubano que se reserva para sí la "acción de oro", es decir, el voto decisivo. Por otro lado, aunque le digan lo contrario, en Cuba la expropiación es un arma que está disponible para que el estado intervenga en cualquier momento en un negocio, haciéndose con los derechos de propiedad por la fuerza y sin pago de compensación. Se ha hecho en el pasado y se volverá a hacer. Incluso con grave perjuicio personal, bajo penas de cárcel. Cualquiera arriesga así su dinero.

Cuarto, la autonomía del inversor es tan limitada que incluso, en determinadas zonas del país, se verá obligado a contratar los empleados suministrados por el estado, que por cierto, pagará a esa entidad los salarios en moneda extranjera y a precios internacionales, y después los trabajadores que prestan su servicio a la empresa, cobran sus sueldos de la agencia intermediaria en pesos cubanos. El estado comunista también se beneficia de la diferencia salarial.

Quinto, y que no busque el inversor extranjero una contraparte dispuesta a asumir riesgos, sobre todo financieros. La fórmula de intercambio es la que es, y no hay alternativas para negociar. Además, el sistema bancario y crediticio en Cuba es inexistente, y no aporta financiación a la inversión extranjera, porque está arruinado, lo que obliga a asumir el 100% de los costes de funcionamiento asociados al proyecto.

Sexto, para colmo de males habrá que estar atentos a lo que el régimen logra cada año como resultas de su contencioso con Estados Unidos. Para aquellos inversores con intereses en este país, invertir en Cuba puede ser problemático, más que nada, por las campañas continuas de insultos y difamaciones de los comunistas cubanos contra sus vecinos del norte que mantienen un contencioso en vigor cuyo contenido ha ido variando en los últimos años como consecuencia de la escasa voluntad comunista por negociar.

Así que después de haber paseado por ese culto al despilfarro que es Fihav, con todo el colorido y la parafernalia de sus miles de metros cuadrados y de personal empleado, el inversor extranjero se encontrará en la calle con una realidad muy distinta, que puede conocer con facilidad si abandona la feria y camina tres o cuatro cuadras por centro Habana. Allí verá que Cuba está destrozada, que la miseria acampa por todas partes, que hay un pueblo desesperado que pasa hambre y no encuentra en las míseras bodegas lo que desea comprar. Es decir, que no hay mercado alguno para sus productos o servicios y que tratar de hacer negocios en la economía cubana es una quimera, por mucho que atentas señoritas le hayan intentado convencer de lo contrario en Fihav.

Nuestro amigo extranjero se volverá a su país, desengañado. O quizás, mejor. Asesorado por consultores independientes, tomará un vuelo a la cercana Santo Domingo y con toda seguridad, en cuestión de días, habrá sido capaz de identificar la oportunidad de negocio que no encontró en Cuba. Basta con viajar a República Dominicana para comprobar qué es la inversión extranjera, y lo que puede hacer en beneficio de un país. Pero claro, allí no existen ni el comunismo ni la ideología del igualitarismo fracasado, y por ello, es un éxito económico y social.  

Y en Fihav quedó Díaz Canel, acompañado de Marrero, Malmierca y el extenso séquito que cosechará un nuevo fracaso con esta edición de Fihav. Si es que, ni siquiera los asesores supieron diseñar un recorrido acertado por la feria. De los 62 países que participan (lo que desde luego tiene poco que ver con un país embargado o bloqueado del exterior), ¿saben a qué stands de la feria acudió Díaz Canel a soltar su discurso? ¿Adivinen? Por este orden: Nicaragua, Brasil, Rusia y China. A los demás, excepto Emiratos Árabes Unidos, nada. Así son las cosas. Luego culpará al embargo/bloqueo de la falta de inversión extranjera en Cuba. Y a lo mejor va y tiene razón. Invertir en Cuba es un suicidio.

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