China y Cuba: mucho ruido pocas nueces

Elías Amor Bravo economista

De regreso a La Habana, la prensa estatal ha comenzado una campaña de propaganda dirigida a enaltecer los resultados de un viaje, que dejan mucho que desear. 

El primero en hablar ha sido justo el que debería callar, teniendo en cuenta que poco o nada se ha conseguido por su departamento en este viaje. Nos referimos a Gil, ministro de economía de Cuba, que calificó las relaciones con China como “un nuevo punto de partida, un relanzamiento de las relaciones de nuestro país con el gigante asiático”. Ya quisiera él.

Cierto que se firmaron “doce instrumentos jurídicos” como dice Granma, pero del dicho al hecho hay un largo trecho. El ministro se atrevió incluso a cuantificar en 100 millones de dólares los donativos chinos a Cuba (prácticamente nada) y la reapertura de nueva financiación estatal, pero en realidad, como la mayor parte del viaje, los apoyos chinos están dirigidos a viejos proyectos que o bien están en marcha, o bien ni se han empezado, como el Dique flotante que desde 2019 e incluso antes, todavía no se ha concluido el proyecto.

La lección que ha aprendido Díaz Canel y su comitiva de este viaje es que los chinos no han dado dinero para banalidades o para sostener un sistema político ineficiente, como hacían la URSS o Venezuela, sino que han otorgado financiación para proyectos concretos a desarrollar por el estado comunista cubano. Y aquí es donde viene el problema principal.

El régimen comunista heredado de Fidel Castro ha mostrado, con creces, su incapacidad para desarrollar inversiones en infraestructuras, en capital fijo, en proyectos de ciclo de vida medio, de energía, de vivienda, de desarrollos inmobiliarios (excepto hoteles) y al mismo tiempo, una extraordinaria voracidad para gastar en lo corriente, y que se consume en los presupuestos anuales. 

El dato es elocuente. La participación del agregado de inversión en el PIB de la economía, alrededor del 10% es menos de la mitad del registrado en los países de América Latina. La baja inversión en Cuba es el resultado de una elección política que ha condicionado la intervención del estado en la economía, lo que se ha traducido en el deficiente estado general que presenta la misma.

El dinero de los chinos es un arma de doble filo, porque exige disciplina, eficiencia y eficacia al estado comunista cubano, atributos de los que carece, a fin de acometer proyectos de cierta envergadura con las garantías previstas. De modo que el dinero estará ahí, delante de los ojos de Díaz Canel y compañía, pero su ejecución será problemática si no cambian, y mucho, las cosas.

Es como la central eléctrica de Argelia, ¿quién la va a construir o con qué tecnología y a que coste de tiempo y dinero? Los chinos han puesto las cartas sobre la mesa y aunque han concedido dinero, esto es innegable, han lanzado un mensaje a los comunistas cubanos de que se acabó el despilfarro, la aventura y las campañitas para organizar líos en otros países. China no es Venezuela, ni quiere ser.

En ese sentido, se tiene la impresión que los “instrumentos jurídicos” de los que habla Granma están diseñados, precisamente, para ajustar las cuentas a los socios cubanos, y que China piensa ir dando dinero conforme se avance en los proyectos. 

La cuestión es, ¿está preparado el estado comunista cubano para acometer todas esas inversiones y llegar al final? Hay dudas. 

En la economía cubana hay de todo. Desde inversiones planeadas y nunca ejecutadas, hasta inversiones con un grado de ejecución avanzado, pero que están pendientes de alguna traba administrativa y otras que, al ejecutarse en plazos muy dilatados en el tiempo, se acaban destinando a fines distintos para los que fueron previstas. Los chinos conocen esta situación y no creen en ese modelo. Su economía avanza por un camino distinto en que la rentabilidad esperada de los proyectos es la determinante de la inversión, en tanto que los criterios políticos pasaron a mejor vida.

De modo que al final, lo único que beneficiará al régimen de La Habana es el donativo de 100 millones del que habla el ministro Gil, él de momento es el único que ha mencionado esa cifra, y de las negociaciones de la deuda con China que está alcanzando dimensiones fuera de control, conforme este país se convierte en segundo comprador y suministrador del comercio exterior de Cuba. 

Los chinos, que se mostraron comprensivos con la situación económica de la Isla, quieren cobrar o al menos asegurar el cobro, y por ahí tampoco parece haber buenas noticias. Y para ello exigen planes adecuados para el ordenamiento y reestructuración de las deudas, porque en caso contrario, los créditos asociados a los proyectos de inversión de China en Cuba, serán paralizados.

Es lo mismo que la idea de Díaz Canel de atraer empresas chinas para que inviertan directamente en Cuba y que no sea todo ayuda estatal. Por mucha convergencia política que exista entre los dos países, esas compañías chinas responden a consejos de administración orientados por la óptica del beneficio, que no van a estar dispuestos a invertir en negocios ruinosos en Cuba.  No hay datos que lo justifiquen, pero es asombrosa la baja inversión directa china en Cuba desde la aprobación de la Ley 118.


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